Historiador, político
y militar. Autor de numerosos ensayos históricos. Premio Nacional Feria del
Libro por su obra Los motivos del machete
Por Luis Martin Gómez
Pide excusas por la grosería y la dispara sin rodeos: “Duarte era un líder de muchachos que estaban dispuestos a sacrificarse
por él, ¿tú crees que la juventud sigue a un pendejo? No, no es
cierta esa imagen de pendejo ilustre que han querido darle”.
Esta defensa vehemente del Patricio la hace el
historiador, político y militar José Miguel Soto Jiménez, convencido de que el
estigma de cobarde que ha marcado a Duarte desde su primer exilio en 1843 es
parte de una trama del sector conservador de nuestra sociedad para proyectarlo
como un hombre débil y manipulable: “Lo que ese sector quiere
es que seamos como el Duarte idealista, y no como el revolucionario que fue,
para incubar en nosotros la resignación, la tolerancia, la conformidad, buscando
que seamos mansos como ese Duarte para poder gobernarnos como lo hizo Santana.”
La duda sobre la valentía de Duarte la habría sembrado
el líder de los afrancesados Tomás Bobadilla y Briones cuando, en la proclama
redactada a la firma de Santana, criticó la ausencia del Patricio la noche del
27 de Febrero y regateó sus méritos militares en las batallas contra los
haitianos. La campaña difamatoria habría sido continuada por el escritor y
político Alejandro Angulo Guridi, quien reconocía la honradez de Duarte pero condenaba
su escaso valor personal; y corroborada luego por el historiador Américo Lugo,
quien señaló que al Patricio “se le aflojaron y rompieron las cuerdas de la
virilidad” ante el peligro.
Soto Jiménez tiene un arsenal de argumentos para defender
la gallardía del fundador de la República. “Solo hay que verlo involucrado en
la revolución reformista de 1843; según su hermana Rosa Duarte, el Patricio
salió de su casa con una espada, y cuando llegó a la Puerta del Conde, ya tenía
un trabuco en la mano, y se lanzó a la revuelta decididamente”. A juicio de
Soto Jiménez, Duarte nunca pensó que la lucha por la independencia sería pacífica;
por eso se enroló en la guardia nacional haitiana, alcanzando altos grados
militares; por eso su deporte favorito era la esgrima; por eso aceptó el puesto
público de agrimensor, para tener la oportunidad de conocer las ciudades y los campos
del país.
Otras acciones que demuestran inequívocamente el valor
de Duarte son el haber encabezado un cuerpo del ejército para sumarse a las
tropas de Pedro Santana en Azua; su solicitud a la Junta Central Gubernativa
para incorporarse a la expedición del ejército a San Juan de la Maguana, atravesando
Constanza; su protagonismo en la acción militar para expulsar a los
afrancesados de la Junta Central Gubernativa; y su decisión de regresar al
país, tras veinte años de exilio en Venezuela, para unirse al ejército
restaurador que combatió la anexión a España.
Tanto en 1843 como en 1844, Duarte tuvo que salir del
país porque contra él pesaban órdenes de destierro y muerte. “Si se lee la
resolución que lo declara traidor a la patria, uno se da cuenta que ese Duarte no
era el mojigato que nos han querido pintar, el espantajo histórico, sino que
era, primero un obcecado con la idea de la independencia, y después, un
revolucionario, palabrita que no se quiere pronunciar en el caso del Patricio”.
Alguien como nosotros
Además de su ardiente defensa de la reciedumbre de
Duarte, José Miguel Soto Jiménez desea que el Patricio sea visto como un hombre
de carne y hueso, cercano y con defectos, y no como la deidad inmaculada que
algunos biógrafos, especialmente Joaquín Balaguer en su obra El Cristo de la libertad, han querido
imponer en la mente de los dominicanos. Su estrategia se basa en que es más
fácil imitar el ejemplo de alguien que se nos parece, que es como nosotros pero
posee los atributos morales que ahora están de capa caída y que tenemos el
deber de rescatar.
Para esto, empieza por desmitificar su físico, la faz
de Duarte, tratando de establecer cómo era realmente. Los pintores Alejandro
Bonilla, Rodríguez Urdaneta, Oscar Marin…, mezclaron testimonio e imaginación
para crear un Duarte rubio, con ojos azules y bucles, que es el que la mayoría
de los dominicanos reconoce. “Afortunadamente, hay una foto de Duarte (la de Próspero
Rey, tomada en Caracas en 1873), que es una foto chismosa, porque aporta datos
que desenmascaran a quienes intentan pintar a Duarte como un nórdico. Se sabe
que uno de los pintores buscó como referencia a un príncipe europeo y de ahí
salieron los bucles. Pero el peinado de la foto es el de un militar. Esa foto también
nos dice que Duarte era hijo de español y de dominicana, blanco, con orejas
grandes, pero nariz aguileña en la que asomaba el rasgo mulato”.
En su trabajo Duarte
de carne y hueso, incluido en la colección de ensayos Duarte revisitado, editada por el Banco Central en 2012, Soto Jiménez
nos acerca a un Duarte cotidiano que tocaba guitarra, que tuvo dos novias (con
las que se comprometió pero no se casó), que escribía poemas, que aprendía con
facilidad los idiomas, que era un cabeza dura que no transigía con sus ideas y
principios, y que al final de su vida subsistió pobremente con la venta de
velas, parecido a los millones de chiriperos dominicanos que subsisten día a
día con alguna actividad económica informal.
“Duarte no puede ser una pieza inerte de museo o de veneración, sino una
lección que debemos aprender desde su condición irremediablemente humana. En el
bicentenario de su nacimiento, propongo que sigamos al Duarte revolucionario,
ese que prefería que se hundiera la isla a que estuviera sometida a alguna
potencia extranjera; el Duarte que escribe una carta a su familia para pedirle
que venda sus bienes para ayudar a la causa de la independencia, pero no para
favorecerse cuando triunfen, sino para seguir trabajando, amparados en el buen
crédito de su padre; en fin, que imitemos al Duarte ejemplo, pero también al de
carne y hueso”.
El autor es periodista y escritor
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