Un padre que ha perdido la memoria y se halla extraviado en
los laberintos del olvido; un hijo que intenta reconstruir un pasado compartido; una memoria propia que en parte es también la del padre; un colectivo signado durante décadas por una represión feroz que llevó a muchos a la tumba, y más tarde por la contrainsurgencia con la que se pretendía aplastar los últimos vestigios de rebeldía popular. Todos estos elementos confluyen en el meollo deRumor de río, de Luis
Martín Gómez, un texto que cabalga entre el relato extenso y la novela corta,
sin que importe mucho la clasificación genérica, pues lo que en verdad cuenta
es el aliento poético de la pequeña obra, como se advierte desde el principio
con “Remolino” y en otras muchas páginas, incluido el final (“Recuerdos”).
Conmovido por la desmemoria del
padre amado, el personaje-narrador lleva a cabo una ardua empresa que consiste
en rehacer lo que ocurrió en su niñez y adolescencia: recomponer el mapa
barrial del Ensanche Ozama, urbanización modélica construida por Trujillo para
militares y asimilados, con sus amplios solares arbolados, sus jardines con
flores, sus viviendas modestas tan similares, que eran albergues de
aspiraciones y sueños comunitarios que quedaron anclados en el tiempo. Pero
nada hay tan inconstante y mutable que la memoria, la cual cambia y reacomoda
los recuerdos. Nada es fijo allí, en ese territorio de emociones, sentimientos
e imágenes que uno lleva más en el corazón que en la mente, y que nos empujan a
modificar, sin quererlo, sin advertirlo siquiera, hechos y datos asentados en
ese reservorio particular e intransferible.
Para traer
al presente el escenario barrial de los años setenta del siglo pasado, el
narrador descarta el método tradicional, que no es otra cosa que la crónica de
unos sucesos que marcaron a su generación y a su grupo de amigos, para
decantarse por una prosa que desdeña la puntuación convencional y en la que se
enseñorea un humor regocijante, irónico casi siempre, que no evade el morbo
sexual ni la descripción de intimidades escabrosas. Los personajes se comunican
en su jerga barrial, con sus procacidades y detalles peculiares, sin
pretensiones heroicas. Se llama a las cosas con los nombres que el pueblo
emplea, y el autor ha evitado edulcorar su ficción sin transformarla en una
estampa de urbanidad al gusto de ciertos lectores puntillosos.
Numerosas
historias personales se entrecruzan en la obra, y un capítulo se encadena al
siguiente, no como una sucesión de cuentos aislados –tendencia que el autor,
ducho cuentista, ha eludido- sino como piezas de un tablero que asumen sus
papeles con mayor o menor intensidad para formar un conjunto heterogéneo pero
verosímil. Algunos son típicos de la vida barrial, como Miel de Abejas, Don
Giácomo, Luis su Alteza, entre otros, y el trio que forman Felo, Chago e Ito,
inseparables del narrador, núcleo que crea la intriga en torno a la búsqueda de
supuestas armas y una caja de alimentos enlatados que soldados norteamericanos
enterraron durante la Revolución de Abril del 65. Son antihéroes anónimos,
cuyas aventuras y hazañas, impulsadas por la curiosidad y el gesto cómplice,
colorean la vida barrial, sacándola de la rutina e intrascendencia de los años
setenta del siglo XX.
La tesis
central de la narración la expresa el propio narrador: “Un grupo de niños,
padre, es la unidad más solidad de la sociedad. No es el matrimonio, ni las
oenegés, ni los partidos, ni el ejército. Es la pandilla infantil, ese
colectivo ingenuo y unido monolíticamente alrededor de la amistad sincera,
pura, solidaria, que actúa movido por la imaginación y los sueños”. Rumor de río, título que el autor ha
elegido para su obra, alude a la presencia sonora del río Ozama, en uno de los
límites del barrio, y a su carácter de mudo testigo del acontecer cotidiano en
esa parte de la ciudad. La imagen del río como una sucesión dialéctica que se
transforma sin cesar es también un acierto narrativo, ya que el Ozama ha sido,
desde la fundación de la ciudad hace más de quinientos años, hasta nuestros
días, una masa de agua que pareciera eterna y que lo arrastra todo hacia el
mar: la basura y los sueños, lo atroz y lo inconfesable, renovando su piel cada
mañana, como si la contaminación y las algas no le afectaran; como si el
detrito humano que la destruye sin remedio pudiera diluirse con las lluvias
torrenciales del verano.
Pese a su
brevedad, la obra hace acopio de un sinnúmero de referencias que permiten
trazar al perfil sociocultural de un momento histórico definido por la
frustración y la amargura de un cambio politico abortado por la ocupación
norteamericana y los Doce Años de Balaguer. Cada capítulo ofrece imágenes de
una ciudad insomne y de un barrio ubicado en la margen oriental del río Ozama
como una especie de enclave, con su propio código y prácticas sociales, con sus
hábitos y costumbres inconfundibles, donde un grupo de niños crecía tejiendo
sueños, bajo la mirada de adultos inmersos en el trabajo y las banderías
políticas del momento.
(Rumor de río está disponible en Amazon.com y en el Museo Memorial de la Resistencia Dominicana).
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