Por Luis Martin Gómez
Sacerdote y poeta, filósofo y teólogo de la espiritualidad, autor de cuatro poemarios
Antes de morir de burocracia en su oficina de Superior de la Congregación de los Padres Paúles para el área del Caribe, el sacerdote y poeta Tulio Cordero sorteó cientos de peligros en la selva de Papúa, Nueva Guinea, en misión evangelizadora.
No fue extraño que aceptara ese reto. Tiene antecedentes heroicos, como haber sido el primer padre paúl de República Dominicana, y es poeta, cualidad que le aporta una cuota de irracionalidad suficiente para cometer deliciosas locuras.
Así que un buen día salió con mochila y sandalias de una triste parroquia de Los Mina, donde la mezquindad eclesiástica lo había confinado por parecerse demasiado a Cristo, y huyó hacia los montes de Oceanía a compartir con los papúes la esperanza de la salvación.
Claro que un poeta de la sensibilidad de Tulio Cordero no podía sustraerse del poderoso influjo de la selva, y allí, en las pausas de las misas y la docencia, el bosque le fue dictando, con su lenguaje de savia y luciérnagas, poemas que él agrupó en un libro que es su cuarto poemario: La noche, las hojas y el viento.
LMG ¿Qué pecado cometiste para que te exiliaran, como a los guardias a la frontera, a un lugar con serpientes y malaria?
TC Más que una vejación, lo tomé como un regalo; fue una oportunidad hermosísima de conocer una cultura que está abriéndose a otros horizontes y de ser parte activa de la evangelización de poblaciones remotas. Fue un desafío que conllevó muchos peligros, es cierto, pero se trató de un periodo glorioso de mi vida.
Tulio celebró misa para personas que escuchaban el nombre Jesús por primera vez y para otras con antecedentes caníbales recientes. “Créelo, hasta hace poco los papúes eran oficialmente caníbales y puedes encontrar a gente que lo fue, o que tuvieron padre o abuelo caníbales. Ya es un tema tabú pero aún se escuchan historias sobre misioneros desaparecidos que fueron el almuerzo de alguna tribu”.
TC La misa es el momento culminante de un proceso. Un misionero no va a la selva a dar específicamente una misa; va sobre todo a transformar la vida y a transformarse él mismo en ese intento. La misa es la parte final de esa celebración de la vida y su transformación a través del amor hecho concreción, hecho sufrimiento, hecho alegría y esperanza que es Dios visto por medio de su hijo Jesús. Parece algo complicado, pero allí uno se da cuenta de que simplemente la salvación es algo que está aconteciendo, que es un proyecto que hay que seguir logrando.
Tulio comenta con entusiasmo que en Papúa trabajan unidas varias iglesias, sin los habituales conflictos que se producen entre ellas por las diferencias de enfoque. “Lo más importante es que estamos tratando de no repetir los errores cometidos de este lado del mundo al querer erradicar cosas que asumimos diabólicas o dañinas sencillamente porque son diferentes; hemos ido allí con una actitud más humilde, dispuestos a ayudar en la evangelización y al mismo tiempo a fortalecer nuestra espiritualidad”.
Como los hombres del renacimiento, Tulio Cordero tiene muchos talentos. Además de escribir, pinta bastante bien y toca con calidad notable guitarra y clarinete. En Papúa, se unió a los músicos tribales para dinamizar la liturgia y realizó trabajos de decoración pintando escenas locales y pasajes bíblicos, uno de los cuales fue la Ultima Cena, en la que, un poco a la manera del posimpresionista Paul Gauguin, vemos a Cristo sentado a la mesa junto a 12 niños papúes.
LMG Y también tuviste tiempo para escribir un nuevo poemario
TC Sí, se llama La noche, las hojas y el viento, y es fruto de mi diálogo con la selva, un lugar donde hay muchas noches para reflexionar, hojas multicolores que cantan a la vida, y un viento que susurra historias.
Es posible que a un citadino con luz eléctrica y agua potable a la mano, aturdido por la televisión y el internet, no le impacte el título del poemario de Tulio. Para paladear el sabor auténtico de esta propuesta poética, tendría que tenderse boca arriba en la hierba y observar el firmamento para descubrir estrellas inéditas, o cerrar los ojos para escuchar el latido de la vida detrás del rumor de los autos; o bien, leer un poema como este:
“Una hoja
duerme
sobre su propia sombra.
Sin más ropaje
que su desnudez.
Tirita”.
LMG ¿Qué cosas nuevas propones en este poemario?
TC Creo que el cambio más significativo respecto a mis anteriores trabajos ha sido el lenguaje. Esta vez no he buscado deliberadamente una palabra en especial para embellecer un verso, y he dejado, en cambio, que la idea fluya. Pienso que un segundo aporte sería que este es un poemario más telúrico, más cósmico, quizás un poco más cercano a lo social.
Tulio tiene fama de poeta místico. Sus anteriores poemarios: Latido cierto, Si el alba se tardara y La sed del junco, son cuentas luminosas de un rosario de esta estética. Sin embargo, en sus obras siempre se cuela, quizás imponiendo la rebeldía que la realidad reclama, algún poema social, como Niño de Zagreb, uno de mis favoritos, y Boni Boni, homenaje al pregón del carbonero del ensanche Ozama que Tulio escuchaba mientras leía filosofía en su solitario cubículo del seminario, y yo, unas cuadras más abajo, mientras “magreaba a una muchacha”.
TC He escrito mucha poesía social pero casi nunca la incluyo en mis libros porque he notado que el contenido de los poemas supera a la calidad, y eso sí que es un pecado capital. Pero digamos que me conmueven las relaciones profundas que puedan darse entre el individuo y el cosmos, entre el individuo y la naturaleza, las emociones, los sueños, las ilusiones, aunque con un gusto íntimo y con respeto por el lenguaje mismo. Mi desafío, entonces, sigue siendo lograr un buen poema social.
“Enséñame tus manos
olerán a orugas
mariposas y orégano.
Enséname tus manos
y yo te diré
a qué huele
mi alma”.
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