sábado, 22 de enero de 2011

Jacinto Gimbernard: “La fundación Corripio dejará una marca cultural”

Por Luis Martin Gómez

Músico, escritor, diplomático, gestor cultural, director ejecutivo de la Fundación Corripio

Tuve noticias de Jacinto Gimbernard cuando cursaba el tercero de bachillerato en el colegio San Luis que dirigía la inolvidable doña Quisqueya de Pichardo, pues allí y en ese curso estudié historia dominicana con su libro de portada verde y un fragmento del trazado de la isla Hispaniola hecho por el Almirante Cristóbal Colón (toco madera) o por su cartógrafo (no hay que tocarla).


Recuerdo que ese libro con mucho texto y pocos dibujos representó un reto para mí y mis compañeros acostumbrados a obras ilustradas y con cuestionarios al final de los capítulos. Fue un joven de nombre Pascual (quien sufrió las bromas basadas en Pascual Angulo y la palabra soez con la que se hace rimar este apellido) el héroe que se atrevió a exponer resúmenes de los textos históricos de Gimbernard.

(Tan motivado quedó Pascual con su hazaña que en lo adelante consultaba otras obras para abundar sobre los temas que los demás estudiantes exponíamos con mediocridad. De tanto abundar, Pascual fue bautizado como “abundio”, sobrenombre que lo libró del “Angulo Pascual me pica igual” entonado a coro durante el pase de lista).

Más adelante, o al mismo tiempo (la memoria achata los recuerdos y los coloca en una misma línea de tiempo, dice Borges el memorioso), admiré a Jacinto Gimbernard en su faceta de violinista virtuoso en su programa Música de los grandes maestros que él producía en Radio Televisión Dominicana junto al incombustible maestro Vicente Grisolía.

Creo que las excelentes interpretaciones de Gimbernard y sus didácticas explicaciones sobre las piezas ejecutadas, despertaron mi interés por la llamada música clásica, y especialmente por el violín, instrumento que me animé a estudiar hasta segundo superior y que luego abandoné cobardemente, como he abandonado muchas cosas.

Debo decir que en mi efímera carrera musical intervinieron decisivamente doña Isabelita, vecina de la calle once del Ozama, con quien aprendí a tocar mi primera pieza de Beethoven; Elizabeth Michaelis, pianista de la misma calle, que me embutió Eslava y Pozzoli en tiempo récord; Zunilda Pierret y su infalible método Suzuki; y a mi habilidad para reparar una estufa eléctrica en el momento en que Floralba del Monte necesitaba que le colaran un café cuando fui a inscribirme en la escuela elemental de música Elila Mena.

Ayudar a un judío
Otro camino fascinante, el de la literatura, en el que parece perduraré, me condujo a conocer personalmente a Jacinto Gimbernard, ahora en su calidad de Director Ejecutivo de la Fundación Corripio, cargo para el que parecía predestinado por sus cualidades multifacéticas de escritor, músico, diplomático, gestor cultural e historiador.

JG Pero nunca me he sentido historiador. Esa obra que tú mencionas tuvo su origen en la petición de unos muchachos a los que les gustaba mi columna del Listín Diario y necesitaban un libro de historia menos complicado que el de Bernardo Pichardo (aún no existía el de Moya Pons). Cuando salió la primera edición, llena de erratas, nunca imaginé que tendría tanta acogida. Luego, lo fui corrigiendo, ampliando, hasta que fue declarado texto oficial de historia durante más de una década.

Tampoco la música fue una decisión personal de Jacinto Gimbernard, sino de su padre Bienvenido, quien lo empujó a este arte para ayudar económicamente al violinista austriaco Willy Kleimberg, refugiado judío que llegó a nuestro país huyendo de la barbarie nazi. “Comencé a estudiar violín a los siete años pero mi papá se negó a que tocara en público para evitar que me trataran como un niño prodigio”.

Pero eso no impidió que alcanzara niveles prodigiosos en esta disciplina, y a los trece años de edad fue admitido en la Orquesta Sinfónica Nacional, donde gracias a su talento alcanzó rápidamente la posición de concertino, y en el 1980, la de Director Titular. En el extranjero, fue primer violín de las sinfónicas de Dallas y Cincinnati, Estados Unidos, y konzertmeister de la sinfónica de Hannover, Alemania.


Sucesor de Rueda

Tras la muerte del gran músico y escritor Manuel Rueda, Jacinto Gimbernard fue elegido Director Ejecutivo de la Fundación Corripio, institución sin fines de lucro cuya misión es contribuir a la promoción de la cultura dominicana.

Desde su creación en 1986, esta fundación publica la Biblioteca Clásicos Dominicanos, co auspicia el Premio Nacional de Literatura, y otorga los Premios Fundación Corripio en las áreas Ciencias Sociales y Jurídicas, Ciencias Naturales y de la Salud, Arte y Comunicación.

JG Pienso que la fundación es una retribución de la familia Corripio a la gran acogida que han dado los dominicanos a este formidable grupo empresarial que no sólo ha contribuido a dinamizar la economía y a crear empleos sino que además aporta desinteresadamente al desarrollo de la cultura en nuestro país. Sin dudas, esta familia dejará una marca cultural por la cual será recordada siempre.

El autor es periodista y escritor
Entrevista en video disponible en
www.youtube.com/yolayelou

viernes, 7 de enero de 2011

Marcio Veloz Maggiolo: “La memoria nunca es la misma”

Por Luis Martin Gómez

Ha ganado todos los premios literarios nacionales, incluyendo el Premio Nacional de Literatura por el conjunto de su obra.

Era 2001 y estábamos en Milano participando en la Primera Semana Cultural Dominicana en Italia cuando nos enteramos de la muerte de don Juan Bosch, gran escritor y político, y urticante referente moral cuya actualidad se renueva por el vergonzoso comportamiento de algunos de sus discípulos.


En el grupo de escritores dominicanos, encabezado por Marcio Veloz Maggiolo en su condición de subsecretario de Estado de cultura, se produjo primero una conmoción por la pérdida de ese hombre extraordinario, y después, un silencio memorioso que evocaba sus momentos de gloria y derrota.

En el momento no lo dije porque hubiera sido una imprudencia, pero lo pensé: muerto don Juan, Marcio Veloz devenía en el más grande escritor vivo y activo de República Dominicana.

La herencia no era fortuita; le correspondía por su reciedumbre intelectual y por una vasta obra que toca con calidad y hondura casi todos los géneros y ha sido merecedora de los más importantes premios nacionales, incluyendo el Premio Nacional de Literatura por el conjunto de sus trabajos.

Casi diez años después de aquel suceso, don Marcio sigue escribiendo, publicando y obteniendo galardones, como el premio nacional de novela 2010, el quinto que gana en este género, por su excelente obra Memoria tremens, una nueva mirada a Villa Francisca, su barrio natal que transita obsesivamente por buena parte de su narrativa.

LMG Ese barrio parece una cantera inagotable para su obra

MVM Es el fenómeno de lo que yo llamo ‘barrialidad’ o permanencia de los barrios, en la medida en que éstos funcionan como fuente de experiencias literarias, pues aunque uno agote una etapa de la memoria del barrio a través de la narrativa, sucede que luego surge otra camada de recuerdos con la que se puede trabajar, y es lo que yo he hecho a través de mi escritura con Villa Francisca, un barrio que siempre me sale al encuentro.

Villa Francisca se le aparece a don Marcio en los recuerdos propios, en los recuerdos imaginarios y en los recuerdos de otros que constituyen la memoria vicaria, un concepto sobre el que escuché hablar por primera vez al mismo Marcio, quien a su vez lo escuchó del académico Bruno Rosario Candelier.

LMG En Memoria tremens, ¿cuánto hay de cada tipo de memoria?

MVM Habría que tener un ‘memoriómetro’ para medir esto pero me temo que ese aparato aún no se ha inventado. Pienso que de la memoria real sale otra que es fantasía, y de la memoria del otro, rescatada y enriquecida por ti, sale la memoria vicaria, que yo estaba usando sin saber cómo se llamaba. Memoria tremens es, de mis novelas, la que mayor invención contiene sobre Villa Francisca, porque en ella el barrio pierde su dimensión realista y adopta una misteriosa, llena de personajes de época que son transformados, como si el barrio fermentara y produjera elementos nuevos en la memoria.

Don Mongo, el tamborero

Los personajes de la novela de Don Marcio viven en carne propia esta imbricación de recuerdos. Lo evidencia uno de ellos, fungiendo, quizás, como alter ego del autor: “Soy un narrador de memorias mías y ajenas que a veces se entrelazan para conformar otras”.

MVM Esa es una frase clave porque la novela se estructura precisamente en base a la memoria propia y la ajena para producir una nueva. Fíjate que los personajes de esta novela son un poco funambulescos, casi teatrales, a los que les pasan cosas increíbles, y eso es parte de la memoria inventada que sirve de materia prima para realizar la obra. La otra parte está constituida por la memoria antigua, esa que nunca es la misma cuando volvemos a recordarla, nunca; puedo pensar, por ejemplo, en don Mongo cuando tocaba la tambora en la banda del ejército, y sobre la base de esa memoria, siempre recordaré algo diferente sobre ese personaje: que pocas veces usaba el uniforme de la guardia, que era evangélico, que tenía una mujer llamada Lilita que era un encanto, que era un hombre de 50 años de edad pero a que mi me parecía más viejo porque yo tenía entonces 16 o 17; y todo eso no se recuerda de una sola vez, sino a trozos, porque la memoria emerge a pedazos.

Don Marcio opina que la memoria circular, platónica, que se presenta de un golpe, no vale la pena, y que es bueno manejar, en cambio, aquella memoria que se va convirtiendo en otra. “Al filósofo le convendría que la memoria fuera estática, pero al artista no; en mi caso, no estructuro una novela rígidamente, yo hago anotaciones, y en la medida en que trabajo me van saliendo las cosas, las que no me gustan las boto, y las que me gustan las reelaboro, las pulo, porque yo pienso que la creatividad debe expresarse de una manera espontánea, y eso para mí es lo más bello de la literatura, cuando tienes hallazgos inesperados”.

El tiempo pasado ¿fue mejor?

La inquisición, Hitler y Trujillo nos hacen dudar del célebre verso de la elegía de Jorge Manrique sobre las ventajas del pasado, pero los personajes de Memoria tremens, y tal vez el autor de la obra, parecen transidos por la nostalgia de un barrio que fuera apacible y honorable.

MVM Si, es una nostalgia razonable en mi, y las tienen mis personajes, los inventados y los de la realidad. Villa Francisca era un barrio de clase media baja, como diría don Juan (Bosch), poblado por gente que tenía una idea de la vida muy cercana a la bondad y a los valores. Hay un detalle en Memoria tremens que revela esa actitud: cuando uno de los personajes principales, el que se queda suspendido en el aire porque el mago de la feria, que está enfermo, no lo puede bajar, la comunidad se une para tratar de resolver el problema; pero esa solidaridad desapareció.

Don Marcio lamenta que actualmente los niños no usen la calle como escenario de sus juegos y que la realidad haya sido sustituida por la virtualidad que promueve la tecnología. “El efecto comunitario de estar juntos en un sitio real desapareció y eso ha eliminando la parte vital del corazón humano que es la aventura de salir a la calle y vivir la historia”.

Al final, esta novela de don Marcio parece morderse la cola y sugiere un recomienzo memorioso que daría pie a otra novela, distinta a la original, partiendo de lo dicho por el autor de que la memoria es diferente cada vez.

MVM Así es, el final de la novela es el comienzo de otra, tú te das cuenta que la esposa que huyó es la misma a la que Matildo le está contando la historia, y ella le pide que le haga otra historia parecida. Es la imagen del cuentero de barrio, que andaba por ahí repitiendo las historias una y otra vez, incluyendo gradualmente elementos nuevos.

El autor es periodista y escritor
Entrevista en video disponible en
www.youtube.com/yolayelou