Por Luis Martin Gómez
Músico, escritor, diplomático, gestor cultural, director ejecutivo de la Fundación Corripio
Tuve noticias de Jacinto Gimbernard cuando cursaba el tercero de bachillerato en el colegio San Luis que dirigía la inolvidable doña Quisqueya de Pichardo, pues allí y en ese curso estudié historia dominicana con su libro de portada verde y un fragmento del trazado de la isla Hispaniola hecho por el Almirante Cristóbal Colón (toco madera) o por su cartógrafo (no hay que tocarla).
Recuerdo que ese libro con mucho texto y pocos dibujos representó un reto para mí y mis compañeros acostumbrados a obras ilustradas y con cuestionarios al final de los capítulos. Fue un joven de nombre Pascual (quien sufrió las bromas basadas en Pascual Angulo y la palabra soez con la que se hace rimar este apellido) el héroe que se atrevió a exponer resúmenes de los textos históricos de Gimbernard.
(Tan motivado quedó Pascual con su hazaña que en lo adelante consultaba otras obras para abundar sobre los temas que los demás estudiantes exponíamos con mediocridad. De tanto abundar, Pascual fue bautizado como “abundio”, sobrenombre que lo libró del “Angulo Pascual me pica igual” entonado a coro durante el pase de lista).
Más adelante, o al mismo tiempo (la memoria achata los recuerdos y los coloca en una misma línea de tiempo, dice Borges el memorioso), admiré a Jacinto Gimbernard en su faceta de violinista virtuoso en su programa Música de los grandes maestros que él producía en Radio Televisión Dominicana junto al incombustible maestro Vicente Grisolía.
Creo que las excelentes interpretaciones de Gimbernard y sus didácticas explicaciones sobre las piezas ejecutadas, despertaron mi interés por la llamada música clásica, y especialmente por el violín, instrumento que me animé a estudiar hasta segundo superior y que luego abandoné cobardemente, como he abandonado muchas cosas.
Debo decir que en mi efímera carrera musical intervinieron decisivamente doña Isabelita, vecina de la calle once del Ozama, con quien aprendí a tocar mi primera pieza de Beethoven; Elizabeth Michaelis, pianista de la misma calle, que me embutió Eslava y Pozzoli en tiempo récord; Zunilda Pierret y su infalible método Suzuki; y a mi habilidad para reparar una estufa eléctrica en el momento en que Floralba del Monte necesitaba que le colaran un café cuando fui a inscribirme en la escuela elemental de música Elila Mena.
Ayudar a un judío
Otro camino fascinante, el de la literatura, en el que parece perduraré, me condujo a conocer personalmente a Jacinto Gimbernard, ahora en su calidad de Director Ejecutivo de la Fundación Corripio, cargo para el que parecía predestinado por sus cualidades multifacéticas de escritor, músico, diplomático, gestor cultural e historiador.
JG Pero nunca me he sentido historiador. Esa obra que tú mencionas tuvo su origen en la petición de unos muchachos a los que les gustaba mi columna del Listín Diario y necesitaban un libro de historia menos complicado que el de Bernardo Pichardo (aún no existía el de Moya Pons). Cuando salió la primera edición, llena de erratas, nunca imaginé que tendría tanta acogida. Luego, lo fui corrigiendo, ampliando, hasta que fue declarado texto oficial de historia durante más de una década.
Tampoco la música fue una decisión personal de Jacinto Gimbernard, sino de su padre Bienvenido, quien lo empujó a este arte para ayudar económicamente al violinista austriaco Willy Kleimberg, refugiado judío que llegó a nuestro país huyendo de la barbarie nazi. “Comencé a estudiar violín a los siete años pero mi papá se negó a que tocara en público para evitar que me trataran como un niño prodigio”.
Pero eso no impidió que alcanzara niveles prodigiosos en esta disciplina, y a los trece años de edad fue admitido en la Orquesta Sinfónica Nacional, donde gracias a su talento alcanzó rápidamente la posición de concertino, y en el 1980, la de Director Titular. En el extranjero, fue primer violín de las sinfónicas de Dallas y Cincinnati, Estados Unidos, y konzertmeister de la sinfónica de Hannover, Alemania.
Sucesor de Rueda
Tras la muerte del gran músico y escritor Manuel Rueda, Jacinto Gimbernard fue elegido Director Ejecutivo de la Fundación Corripio, institución sin fines de lucro cuya misión es contribuir a la promoción de la cultura dominicana.
Desde su creación en 1986, esta fundación publica la Biblioteca Clásicos Dominicanos, co auspicia el Premio Nacional de Literatura, y otorga los Premios Fundación Corripio en las áreas Ciencias Sociales y Jurídicas, Ciencias Naturales y de la Salud, Arte y Comunicación.
JG Pienso que la fundación es una retribución de la familia Corripio a la gran acogida que han dado los dominicanos a este formidable grupo empresarial que no sólo ha contribuido a dinamizar la economía y a crear empleos sino que además aporta desinteresadamente al desarrollo de la cultura en nuestro país. Sin dudas, esta familia dejará una marca cultural por la cual será recordada siempre.
El autor es periodista y escritor
Entrevista en video disponible en www.youtube.com/yolayelou
1 comentario:
Y es que Jacinto G. marca una época fantástica que nos define a los que crecimos estudiándolo, admirándolo.
Me encanta la cita de Borges sobre la memoria.
Y debo decirte, querido amigo, mejor escritor...que más efímera que mi carrera musical como instrumentista; nadie. Yo comencé con una guitarra y cuando comenzaron a sangrar los dedos, deserté. Aunque seguí en coros (Orfeón) y tunas donde el instrumento era la voz. Un placer saludarte. Eli
Publicar un comentario