jueves, 1 de noviembre de 2012

Aciertos y activos de la narrativa dominicana de hoy


Danilo Manera

La narrativa dominicana se encuentra en este comienzo del siglo XXI en un período de gran florecimiento y pujanza. En primer lugar, ahí están grandes maestros todavía muy productivos. Baste con citar tres casos. Marcio Veloz Maggiolo (1936), el intelectual dominicano más reconocido internacionalmente, publicó hace poco dos magníficas novelas, Memoria tremens en 2008 y Confesión de un guionista en 2009. El veterano Armando Almánzar (1935) en los últimos años ha recopilado los cuentos policiacos protagonizados por el capitán Cardona en el libro Ciudad en sombra (2004) y ha sacado las novelas Desconocido en el parque (2007) y Vórtice (2009), recibiendo este año el Premio Nacional de Literatura por la labor de toda una vida. El genio más controvertido e inclasificable de las letras dominicanas, Pedro Peix (1952), después de ver recogidos sus extraordinarios cuentos completos en el grueso y corrosivo volumen El amor es el placer de la maldad (2006), ha publicado una novela que iba escribiendo desde hace mucho tiempo, El clan de los bólidos pesados (2010), un libro extenso con sorprendentes ilustraciones en forma de collage, desenfrenado y provocativo, que no ha dejado de suscitar escándalo. En él, una colorida horda de canallas extremadamente irreverentes se mueve por los bajos fondos de una Nueva York imaginaria, impregnada de sexo y violencia, arrastrada por la turbulenta y fastuosa creatividad lingüística del autor.

En la generación que se encuentra ahora en su plenitud la presencia femenina es fuerte y decisiva, con trayectorias tan significativas como las de Ángela Hernández (1954), Carmen Imbert Brugal (1955) o Emilia Pereyra (1963). Tampoco faltan en el panorama jóvenes de indudable talento, como José Carlos Nazario (1985) con las narraciones de Carne cruda (2010) y Rey Emmanuel Andújar (1977), con la novela Candela (2006) y los cuentos de Amoricidio (2007). Aquí deseo sin embargo señalar dos títulos de distinta índole, que coinciden en su versátil aproximación al mundo de la infancia y adolescencia, con notables dotes estilísticas y una habilidosa construcción literaria.

Palomos (2008) de Pedro Antonio Valdez (1968) toma su título del apodo que se les da en República Dominicana a los muchachos de las pandillas callejeras, y también a los novatos. El protagonista, MC Yo, es en efecto un jovencísimo aprendiz, que busca su camino entre videojuegos y computadora, a través de sus fricciones con la familia y con el colegio, y dentro de la dinámica del grupo de coetáneos. La narración se estructura en capítulos-canciones, como en un CD de rap y reguetón, animada por el vocabulario y los giros típicos de los chiquillos de los barrios marginales, con su cultura de cándida crueldad, hip hop, grafiti y temprana desilusión. En Papi (2005) de Rita Indiana Hernández (1977) una niña describe, con imparable empuje fabulador, los raros encuentros con su adorado papá, emigrante enriquecido con negocios turbios en Estados Unidos, visto como el dueño del mundo, un semidiós, un supermacho rodeado de novias y generoso como un político en campaña. También en estas páginas hierve en todo momento el lenguaje de la niñez actual, con sus referentes concretos (por ejemplo, las infinitas marcas comerciales, las películas y la televisión), su expresividad popular y una tendencia a la exageración copiosa y delirante, a ritmo de merengue urbano, que la acompaña hasta el amargo final.

Estas dos voces narradoras, las de los menores protagonistas de Palomos y Papi, me parecen las más asombrosas y reveladoras de la novela dominicana de hoy, sin quitarle valor a otros logros bien significativos como Princesa de Capotillo (2009) de Luis R. Santos, que se desarrolla en un conocido barrio conflictivo de Santo Domingo, o las novelas Perdidos en Babilonia (2005) y La multitud (2011) de José Acosta, ambas premiadas con el prestigioso galardón “Manuel de Jesús Galván”. En el mundo del cuento mi preferencia va a un conjunto de textos valientes y bien cincelados: Memoria de la sangre (2008) de Luis Martín Gómez (1962), autor traducido también al italiano (Juke box di sogni, Perosini, Verona 2003). Se trata de cuentos que, a través de la ficción, se atreven a meterse en las entrañas de la terrible época de los Doce Años del gobierno opresivo de Joaquín Balaguer (1966-1978). Luis Martín Gómez, excelente periodista cultural, confirma aquí su gran agudeza en la escritura de formas breves o brevísimas, como en las tres minificciones humorísticas inéditas que ha tenido la bondad de enviarnos para este suplemento virtual, y que ofrecemos a continuación:


Desierto
Escuché que decían que el espejismo era yo.


La cita
Hoy no vino el muchacho a quien veo todas las mañanas en el espejo. Dicen que anoche tuvo un accidente fatal.


Oscar
Hacía de doble en las escenas de muerto. Su última actuación fue tan convincente que le dieron un Oscar póstumo.

El autor es escritor y crítico literario
Publicado en Duende, suplemento virtual de Quaderni Ibero Americani, Número 3, Noviembre 2012, Literatura Dominicana Actual

2 comentarios:

Bergson Rosario dijo...

Me gusta este tipo de opinario critico de mi dilecto amigo, Luis Martin Gomez, quien se empena en mantenernos en el filo de la informacion literaria, desempenando una limpia intenmcion estetica del parnaso literario actual.

Bergson Rosario dijo...

Me gusta este tipo de opinario critico de mi dilecto amigo, Luis Martin Gomez, quien se empena en mantenernos en el filo de la informacion literaria, desempenando una limpia intenmcion estetica del parnaso literario actual.