Señores y señoras:
Agradezco al escritor y amigo René Rodríguez Soriano haberme
invitado a presentar su libro “Voces propias: conversaciones”.
Debo decir que René “me puso esta multa” después que alguien
le envió el video con mi presentación de esta misma obra realizada en el Banco
Central de la República Dominicana, institución que la editó dentro de su
prestigiosa colección bibliográfica y que la puso a circular el pasado 17 de
julio.
Me pregunto si René me habría llamado para esta “re-
presentación” si mi opinión sobre su libro hubiera sido desfavorable;
probablemente no, aunque, por otra parte, nunca he aceptado presentar, o hacer
una entrevista sobre, obras con deficiencias. En esos casos, prefiero, si el
autor tiene un ego moderado y no tiene arma de fuego a la mano, darle mi
opinión personalmente, por si le sirve de algo para la segunda edición o para
animarlo a quemarla, si el texto es definitivamente insalvable.
No es el caso, por supuesto, de “Voces propias:
conversaciones”, y creo que por eso José Alcántara Almánzar, director del
Departamento Cultural del Banco Central, me pidió presentarla en la puesta en
circulación de julio. Sabía que “iba en coche”, porque este libro es periodismo
y es literatura, ámbitos en los que me muevo, con algunas pausas involuntarias.
Rodríguez Soriano, oriundo de Constanza, ha ido creando una
numerosa obra de apreciable calidad, merecedora de varios de los más
importantes premios nacionales, por lo que es considerado uno de los más
notables representantes de la llamada “generación del 70” de la literatura
dominicana.
A sus libros de cuento, poesía, novela y ensayo, suma ahora este de entrevistas a escritores, críticos literarios, artistas visuales y cantantes, logrando una obra en la que destacan la pericia técnica y el lenguaje poético.
No debe sorprendernos este balance positivo. Rodríguez Soriano
estudió comunicación y ha ejercido el oficio durante muchos años, de manera que
conoce y domina el género de la entrevista. Y es poeta, todo el tiempo, aún en
la narrativa, donde no se permite una descripción simple, no importa que lo
amenacen con excomulgarlo, sacando a cada palabra todas sus posibilidades
lingüísticas. Créanme, nunca baja la guardia, cualquiera describe una letrina
como lo que es, un cajón con techo y un agujero, pero René se las ingenia para descubrir
la mariposa que se posa en la esquina del zinc que fosforece por el reflejo del
avión en que llegaron los guerrilleros del 59.
Con su infalible arsenal técnico, con su pincel de letras que
da colorido y brillo a las frases más pedestres, con el ritmo interno del texto
propio de un maestro de jazz; el autor nos ofrece en “Voces propias…” una
selección de sus mejores entrevistas, que se disfrutan tanto por las respuestas
de los entrevistados como por la forma lúdica, desenfadada, en que el
entrevistador formula las preguntas.
Sabemos por la periodista y escritora italiana Oriana Falacci
que en una entrevista lo verdaderamente importante son las preguntas. Rodriguez
Soriano está consciente de esto y recrea creativamente las mismas seis o siete cuestiones
que, salvo algunas excepciones, soportan la estructura de estas conversaciones,
a saber: por qué se escribe, para qué sirve la literatura, manías y rituales
del escritor, quiénes le han influido, la lengua como instrumento artístico, y
la promoción de la literatura dominicana en el exterior.
En otras palabras, a través de estos diálogos el autor muestra
la tozudez de este grupo de tipos raros que insiste en un arte que pierde
terreno, sus estrategias para sobrevivir, la palmada a los amigos que van
contigo en el avión que se cae: “todo estará bien, todo estará bien”, dices, y
todos sonríen sabiendo que en segundos quedarán hechos papilla y estadística
oficial.
En manos de un periodista técnicamente puro, de un
entrevistador clásico, estas cuestiones, repetidas de igual forma tantas veces,
hubieran resultado aburridas, insufribles. Rodriguez Soriano, con su peculiar
manera de formularlas, las hace interesantes, atractivas para el lector.
Lo mismo pasa con las respuestas. Rara vez son literales, es
decir, una transcripción fiel de lo que el entrevistado dijo. El autor las
“romancea”, es decir, las transforma sin traicionar la esencia de lo dicho, lo
cual no es pecado, por el contrario, es un recurso legítimo, como bien señala el
periodista español Miguel Ángel Bastenier en su obra “El blanco móvil”.
Me parece que estas entrevistas de Rodríguez Soriano están
hechas a mano alzada, solo con lápiz, papel y nostalgia, es decir, sin grabador, ni cámara de video, ni teléfono
inteligente; por eso da la impresión de que las respuestas se completan con la
imaginación, ficción que rellena la imprecisión documental, (como sucede con los
guías no autorizados de la Ciudad Colonial de Santo Domingo, que cuando les
falta información, cuando les falla “la botella”, llenan los espacios con
invenciones no detectadas por la ingenuidad del turista que escucha admirado la
historia de un Santo Domingo poblado de reyes, condes y duques que nunca
pisaron nuestras calles, o ve con ingenuidad cómo cambian de sitio los monumentos,
que por la magia del “cicerone” caribeño se hacen flexibles, movedizos, como
las fronteras en la novela “El viajero del siglo”, del argentino Andres Neuman).
Un detalle sobresaliente en estas entrevistas hechas por
Rodriguez Soriano son las introducciones. El autor descarta el tradicional dato
biográfico, la ubicación espacio-temporal, los detalles banales de peinado, vestido
y diseño de las tazas de café, tan del gusto de los lectores de HOLA, y en
cambio elige entradas contundentes que atrapan al lector desde la primera
oración y no le dan tregua hasta que es momento de escuchar la voz del
entrevistado.
Estas introducciones representan la oportunidad para que el entrevistador
se deje ver de cuerpo entero, mostrando una singular originalidad, un acento
propio, una marca de identidad que permite diferenciar estas conversaciones de
cualesquiera otras que les hayan hecho y que quizás harán en el futuro a estos
mismos entrevistados. Hay suficientes para mostrar pero comparto con ustedes
solo un fragmento de la que el autor hizo para la entrevista a la escritora
dominicana Martha Rivera; cito:
“A Marta la conozco casi desde siempre, desde un antes de ayer en que una paloma breve daba vueltas sin detenerse en la carpeta del pecho o en los aeropuertos de la ausencia. Pienso que la conozco y creo que sé de ella tanto o tan poco como el bombero sobre el fuego o el marino sobre el mar. No domino a plenitud los instrumentos del vuelo para llegar hasta donde ella oficia los enigmas del poema. Asumo que es poeta por los ramalazos de luz con los que me destella la palabra que encienden sus dedos sobre la página en blanco y me dejan sin habla la pericia y la gracia con las que cabalga sobre la lengua”.
(Quien haya leído otras cosas de este autor, sabrá que en ese
fragmento de texto esta René Rodriguez Soriano en estado puro).
Estoy seguro de que, además del manejo exquisito de la prosa
poética, ustedes habrán notado en ese botón de muestra otro elemento que
caracteriza a estas entrevistas de René: la complicidad. Contrario a la mayoría
de los entrevistadores, que actúan como gladiadores que buscan acorralar y
derrotar al entrevistado, René se identifica con su interlocutor, poniendo en
práctica una empatía que le permite obtener revelaciones e intimidades sin
necesidad de golpes bajos.
Pero ojo: el entrevistador no es necesariamente complaciente;
sucede que sabe ponerse astutamente al lado de su entrevistado, confundirse con
él, para sacarle los recuerdos y emociones que en otras circunstancias no
confesaría.
Truman Capote, el polémico periodista y escritor
estadounidense, usaba esta técnica con excelentes resultados. Cuando el
entrevistado se mostraba demasiado alerta o se negaba a abrirse a algunos
temas, Capote confesaba primero cosas terribles de él mismo (reales o
inventadas) y motivaba a que su interlocutor se sintiera confiado y admitiera
cosas parecidas o peores. Marlon Brando, el famoso actor estadounidense, fue
uno de los que cayó en esta trampa de Capote; al respecto, se quejó diciendo:
“El pequeño hijo de puta se pasó media noche hablándome de sus problemas. Pensé
que lo menos que podía hacer era contarle algunos de los míos”.
Christopher Silvester, en su obra “Las grandes entrevistas de
la historia”, revela la técnica de Capote; cito:
“Si uno está pasando un mal rato con un entrevistado, hay que cambiar los papeles. El entrevistador comienza por hacer pequeñas confidencias más o menos del mismo tipo que las que uno espera sonsacarle al entrevistado. Este no tardará en decir algo como: “Tiene razón, mi madre también se fugó con cinco fontaneros” (...) o “Si, también mi padre se robó un banco y pasó diez años en la cárcel. No es extraordinario que nos hayan sucedido cosas tan similares a los dos”... A partir de ahí, no hay más que tirar del hilo”.
René Rodríguez sabe meterse en la piel del otro y “tirar del
hilo” hasta que obtiene lo que anda buscando, con la diferencia respecto al sinuoso
Capote de que René está del lado del entrevistado y su objetivo es que “los
secretos” del autor y su obra beneficien a la literatura y a los lectores.
Por supuesto, René lleva la ventaja de que sus invitados
consienten ser interpelados. No le ha tocado -o eso creo- alguien como el
inglés Lewis Carrol, que sentía tanto horror por las entrevistas que nunca
concedió una; o como el también inglés Rudyard Kipling, quien consideraba que
ser entrevistado era una inmoralidad; o el checo Milan Kundera, que se queja
del “fascismo de las preguntas”.
Le ha tocado, por el contrario, gente amable como Marcio Veloz
Maggiolo, Juan Carlos Mieses, Roberto Marcallé, José Mármol, Sergio Ramirez,
Casandra Damirón, Manuel Salvador Gautier, Manuel Garcia Cartagena, Fernando
Valerio Holguin, y una treintena más de personas con plena conciencia de la
importancia de la entrevista como una ventana por la que miramos hacia el
interior del artista, y al mismo tiempo, vemos a la sociedad y sus afanes.
Es posible que no encuentren en estas entrevistas detalles
curiosos como la necesidad de los escritores de perder el tiempo, de la soledad
como requisito para crear, de manías singulares como la del estadounidense
Ernest Hemingway de llevar una castaña y una pata de conejo en el bolsillo
derecho del pantalón, o la del italiano Antonio Tabucchi de escribir siempre en
un cuaderno escolar con tapa negra y lomo rojo, o la del belga Georges Simenon
de ponerse siempre la misma camisa para escribir.
También es posible que lo que se pregunta y responde en este
libro se haya dicho en otras ocasiones. Estas conversaciones son, como dice el
autor, “Ecos de otras voces”, pero que en la caja de resonancia creada
especialmente por René Rodríguez Soriano, adquieren otra sonoridad; es como el Boy Scout parado en la montaña de Constanza,
que echa un grito para comprobar cómo rebota y su voz vuelve con trinos de aves
y susurros del arroyo.
Adenda: Creo que este libro de René
tiene el pedigrí, la denominación de origen, que lo hace merecedor de sumarse
con orgullo a la obra de este autor, considerable en número, variada en su
registro, y alta en calidad, que lo acerca cada vez más al máximo
reconocimiento de las letras dominicanas.
Termino estas palabras aventurándome temerariamente con
algunas predicciones “astrológicas”, haciendo, eso sí, uso de “códigos
crípticos” para protegerme de las demandas legales o de maleficios preparados
en San Juan de la Maguana. Intuyo que René no obtendrá el premio antes que NJ, EC,
JCM o LD; pero sí es posible que lo logre antes, si bien por una cabeza- debido
a lo cual habrá que hacer foto-finish-
que AGR. PAV, con muchas posibilidades de alzarse con la presea, tiene la
desventaja de la juventud (en realidad él es más viejo de lo que dice su cédula
pero falsificó el acta de nacimiento para quitarse unos años y poder ingresar a
un equipo triple A de béisbol cuando era adolescente y ahora está pagando las
consecuencias); además, PAV es de las Aguilas Cibaeñas, y ya sabemos, está
condenado a perder; le he recomendado cambiarse a las Estrellas Orientales pero
no cree que éste, como siempre desde hace cuatro décadas, sea el año verde. Se
cae de la mata que René ganará antes que MP; si sucede después, entonces habrá
que cerrar el país o dejar que lo invadan los haitianos. Por cierto, ante esa
potencial tragedia, tengo visto un sitio en Málaga donde un dominicano puede
vivir a gusto: mismo clima, mar a mano pero sin basura plástica, gente
simpática y solidaria igual que nosotros, que habla el español tan mal como
nosotros; es más, tiene media docena de corruptos notables, o sea, es como para
sentirse en casa, aunque con transporte público organizado. Lo menciono, digo,
por si René, que vive en Estados Unidos, se harta de las sandeces de Trump y
prefiere deambular por la calle Larios o comer pescaito en “El Pimpi”, vino en
la mano izquierda, laptop en la derecha, la vista puesta en el remolino de luz
y sonido que generan los trajes multicolores de las gitanas.
Muchas gracias.
Palabras pronunciadas en el Centro Cultural Banreservas, 15 de agosto de 2018
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