lunes, 3 de septiembre de 2018

Palabras de presentación del libro “Voces propias”, de René Rodríguez Soriano


Señores y señoras:

Agradezco al escritor y amigo René Rodríguez Soriano haberme invitado a presentar su libro “Voces propias: conversaciones”.

Debo decir que René “me puso esta multa” después que alguien le envió el video con mi presentación de esta misma obra realizada en el Banco Central de la República Dominicana, institución que la editó dentro de su prestigiosa colección bibliográfica y que la puso a circular el pasado 17 de julio.

Me pregunto si René me habría llamado para esta “re- presentación” si mi opinión sobre su libro hubiera sido desfavorable; probablemente no, aunque, por otra parte, nunca he aceptado presentar, o hacer una entrevista sobre, obras con deficiencias. En esos casos, prefiero, si el autor tiene un ego moderado y no tiene arma de fuego a la mano, darle mi opinión personalmente, por si le sirve de algo para la segunda edición o para animarlo a quemarla, si el texto es definitivamente insalvable.

No es el caso, por supuesto, de “Voces propias: conversaciones”, y creo que por eso José Alcántara Almánzar, director del Departamento Cultural del Banco Central, me pidió presentarla en la puesta en circulación de julio. Sabía que “iba en coche”, porque este libro es periodismo y es literatura, ámbitos en los que me muevo, con algunas pausas involuntarias.

Rodríguez Soriano, oriundo de Constanza, ha ido creando una numerosa obra de apreciable calidad, merecedora de varios de los más importantes premios nacionales, por lo que es considerado uno de los más notables representantes de la llamada “generación del 70” de la literatura dominicana.

A sus libros de cuento, poesía, novela y ensayo, suma ahora este de entrevistas a escritores, críticos literarios, artistas visuales y cantantes, logrando una obra en la que destacan la pericia técnica y el lenguaje poético.

No debe sorprendernos este balance positivo. Rodríguez Soriano estudió comunicación y ha ejercido el oficio durante muchos años, de manera que conoce y domina el género de la entrevista. Y es poeta, todo el tiempo, aún en la narrativa, donde no se permite una descripción simple, no importa que lo amenacen con excomulgarlo, sacando a cada palabra todas sus posibilidades lingüísticas. Créanme, nunca baja la guardia, cualquiera describe una letrina como lo que es, un cajón con techo y un agujero, pero René se las ingenia para descubrir la mariposa que se posa en la esquina del zinc que fosforece por el reflejo del avión en que llegaron los guerrilleros del 59.

Con su infalible arsenal técnico, con su pincel de letras que da colorido y brillo a las frases más pedestres, con el ritmo interno del texto propio de un maestro de jazz; el autor nos ofrece en “Voces propias…” una selección de sus mejores entrevistas, que se disfrutan tanto por las respuestas de los entrevistados como por la forma lúdica, desenfadada, en que el entrevistador formula las preguntas.

Sabemos por la periodista y escritora italiana Oriana Falacci que en una entrevista lo verdaderamente importante son las preguntas. Rodriguez Soriano está consciente de esto y recrea creativamente las mismas seis o siete cuestiones que, salvo algunas excepciones, soportan la estructura de estas conversaciones, a saber: por qué se escribe, para qué sirve la literatura, manías y rituales del escritor, quiénes le han influido, la lengua como instrumento artístico, y la promoción de la literatura dominicana en el exterior.

En otras palabras, a través de estos diálogos el autor muestra la tozudez de este grupo de tipos raros que insiste en un arte que pierde terreno, sus estrategias para sobrevivir, la palmada a los amigos que van contigo en el avión que se cae: “todo estará bien, todo estará bien”, dices, y todos sonríen sabiendo que en segundos quedarán hechos papilla y estadística oficial.

En manos de un periodista técnicamente puro, de un entrevistador clásico, estas cuestiones, repetidas de igual forma tantas veces, hubieran resultado aburridas, insufribles. Rodriguez Soriano, con su peculiar manera de formularlas, las hace interesantes, atractivas para el lector.

Lo mismo pasa con las respuestas. Rara vez son literales, es decir, una transcripción fiel de lo que el entrevistado dijo. El autor las “romancea”, es decir, las transforma sin traicionar la esencia de lo dicho, lo cual no es pecado, por el contrario, es un recurso legítimo, como bien señala el periodista español Miguel Ángel Bastenier en su obra “El blanco móvil”.

Me parece que estas entrevistas de Rodríguez Soriano están hechas a mano alzada, solo con lápiz, papel y nostalgia, es decir,  sin grabador, ni cámara de video, ni teléfono inteligente; por eso da la impresión de que las respuestas se completan con la imaginación, ficción que rellena la imprecisión documental, (como sucede con los guías no autorizados de la Ciudad Colonial de Santo Domingo, que cuando les falta información, cuando les falla “la botella”, llenan los espacios con invenciones no detectadas por la ingenuidad del turista que escucha admirado la historia de un Santo Domingo poblado de reyes, condes y duques que nunca pisaron nuestras calles, o ve con ingenuidad cómo cambian de sitio los monumentos, que por la magia del “cicerone” caribeño se hacen flexibles, movedizos, como las fronteras en la novela “El viajero del siglo”, del argentino Andres Neuman).

Un detalle sobresaliente en estas entrevistas hechas por Rodriguez Soriano son las introducciones. El autor descarta el tradicional dato biográfico, la ubicación espacio-temporal, los detalles banales de peinado, vestido y diseño de las tazas de café, tan del gusto de los lectores de HOLA, y en cambio elige entradas contundentes que atrapan al lector desde la primera oración y no le dan tregua hasta que es momento de escuchar la voz del entrevistado.

Estas introducciones representan la oportunidad para que el entrevistador se deje ver de cuerpo entero, mostrando una singular originalidad, un acento propio, una marca de identidad que permite diferenciar estas conversaciones de cualesquiera otras que les hayan hecho y que quizás harán en el futuro a estos mismos entrevistados. Hay suficientes para mostrar pero comparto con ustedes solo un fragmento de la que el autor hizo para la entrevista a la escritora dominicana Martha Rivera; cito:

“A Marta la conozco casi desde siempre, desde un antes de ayer en que una paloma breve daba vueltas sin detenerse en la carpeta del pecho o en los aeropuertos de la ausencia. Pienso que la conozco y creo que sé de ella tanto o tan poco como el bombero sobre el fuego o el marino sobre el mar. No domino a plenitud los instrumentos del vuelo para llegar hasta donde ella oficia los enigmas del poema. Asumo que es poeta por los ramalazos de luz con los que me destella la palabra que encienden sus dedos sobre la página en blanco y me dejan sin habla la pericia y la gracia con las que cabalga sobre la lengua”.


(Quien haya leído otras cosas de este autor, sabrá que en ese fragmento de texto esta René Rodriguez Soriano en estado puro).

Estoy seguro de que, además del manejo exquisito de la prosa poética, ustedes habrán notado en ese botón de muestra otro elemento que caracteriza a estas entrevistas de René: la complicidad. Contrario a la mayoría de los entrevistadores, que actúan como gladiadores que buscan acorralar y derrotar al entrevistado, René se identifica con su interlocutor, poniendo en práctica una empatía que le permite obtener revelaciones e intimidades sin necesidad de golpes bajos.

Pero ojo: el entrevistador no es necesariamente complaciente; sucede que sabe ponerse astutamente al lado de su entrevistado, confundirse con él, para sacarle los recuerdos y emociones que en otras circunstancias no confesaría.

Truman Capote, el polémico periodista y escritor estadounidense, usaba esta técnica con excelentes resultados. Cuando el entrevistado se mostraba demasiado alerta o se negaba a abrirse a algunos temas, Capote confesaba primero cosas terribles de él mismo (reales o inventadas) y motivaba a que su interlocutor se sintiera confiado y admitiera cosas parecidas o peores. Marlon Brando, el famoso actor estadounidense, fue uno de los que cayó en esta trampa de Capote; al respecto, se quejó diciendo: “El pequeño hijo de puta se pasó media noche hablándome de sus problemas. Pensé que lo menos que podía hacer era contarle algunos de los míos”.

Christopher Silvester, en su obra “Las grandes entrevistas de la historia”, revela la técnica de Capote; cito:

“Si uno está pasando un mal rato con un entrevistado, hay que cambiar los papeles. El entrevistador comienza por hacer pequeñas confidencias más o menos del mismo tipo que las que uno espera sonsacarle al entrevistado. Este no tardará en decir algo como: “Tiene razón, mi madre también se fugó con cinco fontaneros” (...) o “Si, también mi padre se robó un banco y pasó diez años en la cárcel. No es extraordinario que nos hayan sucedido cosas tan similares a los dos”... A partir de ahí, no hay más que tirar del hilo”.


René Rodríguez sabe meterse en la piel del otro y “tirar del hilo” hasta que obtiene lo que anda buscando, con la diferencia respecto al sinuoso Capote de que René está del lado del entrevistado y su objetivo es que “los secretos” del autor y su obra beneficien a la literatura y a los lectores.

Por supuesto, René lleva la ventaja de que sus invitados consienten ser interpelados. No le ha tocado -o eso creo- alguien como el inglés Lewis Carrol, que sentía tanto horror por las entrevistas que nunca concedió una; o como el también inglés Rudyard Kipling, quien consideraba que ser entrevistado era una inmoralidad; o el checo Milan Kundera, que se queja del “fascismo de las preguntas”.

Le ha tocado, por el contrario, gente amable como Marcio Veloz Maggiolo, Juan Carlos Mieses, Roberto Marcallé, José Mármol, Sergio Ramirez, Casandra Damirón, Manuel Salvador Gautier, Manuel Garcia Cartagena, Fernando Valerio Holguin, y una treintena más de personas con plena conciencia de la importancia de la entrevista como una ventana por la que miramos hacia el interior del artista, y al mismo tiempo, vemos a la sociedad y sus afanes.

Es posible que no encuentren en estas entrevistas detalles curiosos como la necesidad de los escritores de perder el tiempo, de la soledad como requisito para crear, de manías singulares como la del estadounidense Ernest Hemingway de llevar una castaña y una pata de conejo en el bolsillo derecho del pantalón, o la del italiano Antonio Tabucchi de escribir siempre en un cuaderno escolar con tapa negra y lomo rojo, o la del belga Georges Simenon de ponerse siempre la misma camisa para escribir.

También es posible que lo que se pregunta y responde en este libro se haya dicho en otras ocasiones. Estas conversaciones son, como dice el autor, “Ecos de otras voces”, pero que en la caja de resonancia creada especialmente por René Rodríguez Soriano, adquieren otra sonoridad; es como el Boy Scout parado en la montaña de Constanza, que echa un grito para comprobar cómo rebota y su voz vuelve con trinos de aves y susurros del arroyo.

Adenda: Creo que este libro de René tiene el pedigrí, la denominación de origen, que lo hace merecedor de sumarse con orgullo a la obra de este autor, considerable en número, variada en su registro, y alta en calidad, que lo acerca cada vez más al máximo reconocimiento de las letras dominicanas.

Termino estas palabras aventurándome temerariamente con algunas predicciones “astrológicas”, haciendo, eso sí, uso de “códigos crípticos” para protegerme de las demandas legales o de maleficios preparados en San Juan de la Maguana. Intuyo que René no obtendrá el premio antes que NJ, EC, JCM o LD; pero sí es posible que lo logre antes, si bien por una cabeza- debido a lo cual habrá que hacer foto-finish- que AGR. PAV, con muchas posibilidades de alzarse con la presea, tiene la desventaja de la juventud (en realidad él es más viejo de lo que dice su cédula pero falsificó el acta de nacimiento para quitarse unos años y poder ingresar a un equipo triple A de béisbol cuando era adolescente y ahora está pagando las consecuencias); además, PAV es de las Aguilas Cibaeñas, y ya sabemos, está condenado a perder; le he recomendado cambiarse a las Estrellas Orientales pero no cree que éste, como siempre desde hace cuatro décadas, sea el año verde. Se cae de la mata que René ganará antes que MP; si sucede después, entonces habrá que cerrar el país o dejar que lo invadan los haitianos. Por cierto, ante esa potencial tragedia, tengo visto un sitio en Málaga donde un dominicano puede vivir a gusto: mismo clima, mar a mano pero sin basura plástica, gente simpática y solidaria igual que nosotros, que habla el español tan mal como nosotros; es más, tiene media docena de corruptos notables, o sea, es como para sentirse en casa, aunque con transporte público organizado. Lo menciono, digo, por si René, que vive en Estados Unidos, se harta de las sandeces de Trump y prefiere deambular por la calle Larios o comer pescaito en “El Pimpi”, vino en la mano izquierda, laptop en la derecha, la vista puesta en el remolino de luz y sonido que generan los trajes multicolores de las gitanas.

Muchas gracias.
 
Palabras pronunciadas en el Centro Cultural Banreservas, 15 de agosto de 2018

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