Semblanza (?) de Armando Almánzar para la ceremonia de entrega del
Premio Nacional de Literatura 2012
Por Luis Martin Gómez
Es difícil hacer una semblanza de un escritor vivo, activo, presente en el acto en que es galardonado, y tener que decir todo lo que uno piensa sobre él, bueno o malo. Pero es más complicado aún hablar acerca de un escritor aparentemente existente. Como lo oyen. Ese señor con aire de Don Quijote después del cortocircuito y porte de Franco Nero con anemia que está sentado a la mesa de honor de este acto, puede que no sea Armando Almánzar, o puede que lo sea, pero sólo como personaje de ficción.
No hay nada más inmaterialmente cierto que las ideas. Dios, aparte la Fe y la inquisición, existe porque es una idea, la más grande y genial de todas, por cierto. Las ideas sobreviven a sus creadores de carne y hueso y tienen el poder de ir condicionando la realidad hasta establecer circunstancias que las justifiquen. El Mesías, por ejemplo, fue una idea de Zoroastro que se materializó siglos después entre los judíos, quienes, dicho sea de paso, se apropiaron también de algunas ficciones sumerias, como el paraíso y el diluvio. Está claro que no existía entonces oficina de derechos de autor. Los griegos antiguos prefiguraron el átomo que más de veinte siglos después dio origen a la física de partículas en el Laboratorio Cavendish de Inglaterra. Y está científica y emocionalmente comprobado que uno suele imaginar primero los ojos de esa muchacha a la que encontraremos después en una OMSA llega de gente o caminando por El Conde, ocasión que nos permitirá dispararle a quemarropa un piropo procaz al estilo de “si como caminas cocinas...”, o pseudointelectual como “voy a solicitar a la UNESCO que te nombre patrimonio de la humanidad”.
Aceptaba esta premisa (no la del piropo sino la de la idea, la de la imaginación como una forma de existencia válida y libre de impuestos –que no se entere por favor la DGII), podemos explorar la posibilidad de que el galardonado de esta noche con el Premio Nacional de Literatura sea una persona imaginaria. No es descabellada la presunción, créanme. Se dice que ya ocurrió con William Shakespeare, quien según las malas lenguas habría sido testaferro literario de Christopher Marlowe, autor que fingió su muerte para evadir una condena por homosexualidad, ateísmo, blasfemia y espionaje. Sucedió también con Julio Cortázar y Silvia, la voluptuosa joven de su cuento homónimo, a la que sólo los niños y el personaje-narrador del cuento podían ver. Localmente, tuvimos a Crucita Yin, ¿recuerdan?, cuya alegada infidelidad y abandono del hogar llenó la ciudad de graffitis mal escritos por el esposo despechado.
El mejor caso de invención literaria quizás sea, sin embargo, el de Tlön , Uqbar, Orbis Tertius, de Jorge Luis Borges. Como saben los seguidores del ciego escritor injustamente ignorado por el Nobel, Borges descubrió, con la colaboración de su inseparable amigo Adolfo Bioy Casares y la participación de su no menos estimado Alfonso Reyes, un fraude geográfico perpetrado por una supuesta sociedad secreta de astrónomos, biólogos, ingenieros, metafísicos, poetas, químicos, algebristas, moralistas, pintores y geómetras, que metió subrepticiamente un territorio inexistente en algunos tomos de una perdida enciclopedia. El engaño corre desde hace tiempo y la estrategia sigue siendo efectiva. Comenzó con una nota en The Anglo-American Cyclopaedia de 1917, copia de la Encyclopaedia Britannica de 1902, y ahora, en 2012, podría seguir con wikipedia, una de las herramientas de la Web 2.0. Las wikipedias, de las cuales ya existen más de 270 versiones, son elaboradas gratuitamente por colaboradores de todo el mundo, representando el más abarcador y tal vez utópico proyecto de compendiar el saber absoluto de la humanidad. ¿Quién descarta que entre los wikipedistas, que a la fecha han producido y colgado en la Web más de 15 millones de artículos, no estén agazapados aquellos timadores de Tlön y sigan añadiendo sucesivamente a esta entrada datos sobre su idioma, cultura, topografía, moneda, literatura, costumbres?
En el caso de Armando Almánzar, se da por un hecho que lo ideó una secta similar pero con algunas características folclóricas distintivas: sus miembros jugaban dominó y comían sancocho. Ninguno había alcanzado grados universitarios pero eran buena gente que daban limosna a los necesitados y visitaban a sus madres los domingos. Aunque tenían diferencias partidarias, pues algunos eran horacistas y otros seguidores de Mon Cáceres, coincidían unánimemente en su amor por el cine y en el respeto por el liderato artístico de Francisco Arturo Palau, primer cineasta dominicano, autor de la primera película dominicana: La aparición de nuestra Señora de la Altagracia. Esta primera obra caminó bastante bien (es raro que algo religioso tenga tropiezos) y la secta tuvo buena prensa. En cambio, no le fue tan bien con el documental de corte social llamado República Dominicana (es raro que los trabajos de denuncia no tengan tropiezos); la sociedad burguesa de entonces no era tan humanizada como la de ahora (no tenía fundaciones ni programas de responsabilidad social, es decir, le era difícil hacer trucos con Hacienda), y manifestó su irritación con aquellas imágenes de pobreza que siguen estando ahí y se ven más claramente cuando algún ciclón alocado se pierde en el Caribe y estropea el follaje que la disimula. De ese fracaso público surgió precisamente la idea de crear un crítico de cine profesional, sin compromisos empresariales ni ataduras de clase, que tuviera la valentía de recomendar películas buenas aunque fueran impopulares y de rechazar las películas malas pero atractivas, y que escribiera y hablara con un lenguaje accesible a la mayoría.
No se sabe con certeza cómo lograron crear al personaje. Las sectas secretas tienen la mala educación de ser herméticas. Pero como estamos en República Dominicana, donde los resultados de las encuestas se conocen antes de que las publiquen, se llegó a colar que los inventores empalmaron, como lo haría varias décadas después el proyeccionista de Cinema Paradiso, trozos de película de El vagabundo, de Chaplin, El golem, de Wegener, Nosferatu el vampiro, de Murnau, El doctor Frankenstein, de Whale, King Kong, de Fleming, e Iván el terrible, de Eisentein. No trascendió nada, sin embargo, de la elección del nombre, pero está claro que no lo tomaron del almanaque de Bristol, pues de haber sido así, hoy estuviéramos premiando a un Eustaquio o un Pancracio (con el debido respeto a los que tienen nombres Bristol; les queda el recurso de demandar a sus padres).
La creación de un crítico de cine llamado Armando Almánzar cuajó en buen momento, cuando Santo Domingo abandonaba la ruralidad de los cuentos de Juan Bosch y se adentraba en las complejidades urbanas de los cuentos de Virgilio Díaz Grullón. Eran los años sesenta y desde entonces República Dominicana tiene un crítico cinematográfico emblemático, leyenda viviente del oficio, por sus invaluables aportes a la difusión y comprensión de este arte, a través de comentarios y análisis de películas por televisión, radio y prensa escrita, charlas, talleres y cineforum.
Pero las ideas, aún las más ortodoxas, son en el fondo medalaganarias y suelen terminar haciendo cosas diferentes al propósito de su creador. Es lugar común lo del Almirante y el Nuevo Mundo, una invención, según Carlos Fuentes, necesaria para concretizar los atrevimientos del Renacimiento que la mentalidad medieval europea se resistía a aceptar, y sobre todo y lo más importante, para que llegaran los libros de Erasmo de Rotterdam a Santo Domingo, y desde aquí, al resto de América, de manera que ocurriera, según las escrituras, el surgimiento de Julio Cortázar en Argentina, de Gabriel García Márquez en Colombia y de Armando Almánzar en República Dominicana. Se desconoce el momento y la forma en que la criatura de la secta de Palau materializó en un ser de carne y hueso parecido o si no idéntico a la persona que hoy galardonamos. Se especula que ocurrió una transmutación del celuloide a lo corpóreo similar a la que luego utilizó Woody Allen en Rosa Púrpura del Cairo, o una manipulación de los recuerdos, como en Matrix o Incepción. Lo que es innegable es que Armando Almánzar, o la entidad que lo usurpa, diseñado originalmente para la crítica de cine, devino, aunque todavía muchos despistados no se enteran, en un gran escritor, especialmente de cuentos, sobre todo de cuentos relacionados con el cine.
Yo diría que, por encima de las características que han destacado críticos y escritores como Juan Bosch, José Alcántara Almánzar, José Rafael Lantigua, Alberto Perdomo, Arturo Rodríguez, Carmen Imbert y otros que han aceptado seguir la corriente sobre el proyecto Palau, a saber: ritmo trepidante, humor negro bien dosificado sin llegar a lo grotesco, buen tratamiento psicológico de los personajes, excelente manejo de los diálogos, creatividad desbordante en los temas y enfoques, denuncia valiente de las lacras sociales, irreverencia, rebeldía…; lo que más distingue a los cuentos de Armando es su diálogo permanente con el cine. Sus cuentos se leen y se ven, son rodajes en palabras. Antes de abrir uno de sus libros, Thanksgiving Day o Infancia Feliz, por ejemplo, uno puede escuchar el rumor del equipo de producción preparando cámaras y luces; y al finalizarlos, la voz de ¡corte! del director te saca finalmente de la ensoñación e indica que es el momento de embollar la funda de palomitas, levantarte del asiento y salir del cine en que Armando te sumergió por unos minutos.
No es el momento ni el lugar para analizar sus cuentos; yo no podría, además, porque carezco del talento para eso. Pero quiero que me permitan mencionar algunos de sus cuentos en los que puede apreciarse la estrecha relación entre literatura y cine. Comencemos por el celebérrimo cuento El gato, un montaje en paralelo que recuerda una escena de Viridiana, la provocadora película del genial director de cine español Luis Buñuel; Pompa, prácticamente un guión de cine al que sólo hay que hacerle anotaciones técnicas al margen y filmarlo; Un juego para matar el tiempo, homenaje al maestro del suspense Alfred Hithcock y a una de sus obras maestras Ventana indiscreta; Vengan a ver, excelente retrato del populismo político que seguimos padeciendo, y que lamentablemente ha sido ignorado como tema por cineastas empeñados en rodar comedias insípidas, aunque muy rentables; Confusión, cuento que me he atrevido adaptar al cine y que algunas vez rodaré, cuando tenga tiempo, dinero y el rilís de Armando; Militar: variaciones sobre un mismo tema, cuya puesta en escena costaría apenas unos miles de dólares; y por supuesto, el conjunto de cuentos de Ciudad en sombras: Casos del Capitán Cardona, que da para una formidable miniserie sobre este detective errático, libidinoso y degustador de martinis, alter ego de su creador. No debe extrañarnos esta simbiosis perfecta entre estas dos artes; recordemos que Armando Almánzar nació como fruto de un complot de cineastas y que es, en esencia, un escritor salido del cine.
La secta de Palau se hizo grandes expectativas con la creación de su personaje pero nunca llegó a sospechar que aquel crítico de cine esmirriado, de buen humor casi siempre y con un arsenal de manías que prefiguraron en el primer cuarto del siglo pasado, publicaría diez libros de cuento y tres novelas, ganaría tres premios nacionales de cuento y otros galardones importantes en La Máscara y Casa de Teatro, y que esta noche estaría recibiendo el más alto reconocimiento que se otorga en el país a la obra de un escritor.
He leído en algunos medios digitales que hay personas que aseguran haber estado en Santa María, la ciudad donde habitan los personajes literarios de Juan Carlos Onetti; y en un periódico gratuito mexicano encontré una oferta para una excursión a Comala, el pueblo fantasma de Juan Rulfo. De manera que no me sorprende que esta noche estemos reconocimiento a este hombre que maneja como pocos la ficción porque nació y vive en ella, este extraordinario crítico de cine y gran escritor que ha fundido magistralmente los dos oficios en su obra y su personalidad, por todo lo cual podemos llamarlo, en el mejor sentido de la frase, un escritor de película.
Muchas gracias.
1 comentario:
Buenísimo Martín, más que semblanza, es toda una obra de ficción lo que has escrito.
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