Escritor argentino,
ganador del Premio Alfaguara de Novela 2012 por su obra Una misma noche
Por Luis Martin Gómez
Como Woddy Allen,
Leopoldo Brizuela es encantador en su fragilidad. Pequeño, delgado; su timidez
le impide fijar por mucho tiempo la vista en la cámara que graba nuestra conversación.
Habla y mira hacia adentro, como viéndose, como buceando en sus recuerdos, ese
mar de aguas traicioneras, procelosas. Por momentos, emerge a la superficie
para esbozar una sonrisa, y vuelve a hundirse en los recovecos de la memoria.
La exploración del
pasado le permitió, igual que al protagonista de su novela Una misma noche, Premio Alfaguara de Novela 2012, liberar algo del
lastre de culpa, por omisión o inacción, por indiferencia o complicidad
involuntaria, respecto a lo sucedido durante ese período doloroso de la
historia argentina que fue la dictadura militar.
LB Creo que la novela me modificó mucho, me permitió,
habiendo escrito lo que tenía muy guardado, aliviarme de ese peso, liberarme, y
empezar a relacionarme muy distinto con los demás.
La catarsis, la
expulsión de esos demonios que engendraron la tortura y la muerte, sublimada a
través de la escritura, no está necesariamente encadenada a los recuerdos
dolorosos, considera Brizuela, ni estos serían condición indispensable para la
buena literatura, como tal vez pudiera interpretarse de lo que opina el
protagonista de la novela cuando dice que "para contar una historia es
preciso ser víctima del presente o su memoria".
LB Pero sí creo
que hay que abandonarse al fluir de la escritura, al fluir de la memoria, y
pagar el precio. Casi siempre la memoria trae cosas sorpresivas, y a veces,
esas sorpresas nos exigen que cambiemos, y hay que estar dispuestos a hacer ese
cambio. Entonces, no se trata necesariamente de lo doloroso, sino de cosas que
son contrarias al ideal que uno tiene de sí mismo, a nuestras aspiraciones.
La historia que
cuenta Una misma noche oscila como un
péndulo entre dos fechas: 1976 y 2010, explorando, por un lado, el recuerdo de
un secuestro ocurrido durante la dictadura, hecho del cual el protagonista y
sus padres fueron testigos; y por otro lado, la adecuación de ese recuerdo para
justificar, o al menos matizar, una acción indeseada que produce un
insoportable sentimiento de culpa. Al final, no queda claro si el protagonista,
valiéndose de la escritura como exorcismo, logra reconciliarse con el pasado
que lo atormenta.
LB No debería
decirlo porque el final es bastante ambiguo, como en los viejos cuentos
fantásticos, que podían tener varios finales. No sé si logra reconciliarse pero
sí por lo menos estar en paz, vivir civilizadamente con el pasado, en el
sentido de que ya no es sometido por el pasado, no es obligado a repetir
siempre la misma acción, o a mantenerse dentro de determinados límites, sino
que es como el vecino civilizado con el que se puede dialogar y mantener una
relación adulta.
Gritos y susurros
Una misma noche es una novela de ruidos que llegan de lejos, de
lugares prohibidos que se imaginan, de escenas que se sueñan, de realidad
suplantada por la suposición. En ella, la gente no puede vivir su vida sino que
debe soportar la existencia angustiosa que le impone el poder a través del
terror.
LB Creo que al esconder permanentemente la verdad se dispara la suposición
compulsiva de la gente. La dictadura se especializaba en negar sus propios
hechos, y a partir de ahí, hay un desesperado intento de llegar a las cosas a
través de la imaginación, como hace el personaje. Incluso, era una gimnasia
leer el diario, ver esos titulares tan elípticos y tratar de descubrir las
mentiras, lo que había pasado realmente. Por eso creo que una gran herencia de
la dictadura es esa literatura que juega con lo fantástico, al borde de esa
sensación de desconfiar de la realidad. Uno no sabe si la realidad es cierta o
se puede hacer trizas en un minuto y convertirse en otra cosa.
“Otro gran tema de la novela es la incapacidad
de decir el horror, de apresarlo con palabras que se escapan, ese intento de la
literatura de nombrar lo innombrable”.
Brizuela no
muestra en su novela fusilamientos masivos o cargas policiales contra
estudiantes, es decir, no presenta el abuso evidente, como pudiera esperarse de
una novela que retrata una dictadura, sino que se acerca a los efectos de la
represión en el ámbito familiar, en el de esa pequeña tribu que suele ser el
vecindario, cuyos códigos de comunicación, de sentimiento, de convivencia,
quedan destruidos por la desconfianza que genera entre sus miembros la amenaza,
explícita o velada.
LB Creo que estás apuntando al nivel más profundo de la novela, que no busca
decir, como alguna gente interpretó malintencionadamente, que la dictadura y la
democracia son una misma noche; lejos de eso. El personaje se sorprende de que,
habiendo luchado tanto la sociedad argentina por salir de la dictadura y
consolidar un sistema democrático, quede todavía este tipo de desconfianzas, miedos
y resquemores. Pero es lógico que queden porque están en una zona de la mente y
de la experiencia muy anterior, muy profunda. Creo que llegó el momento de
trabajar con las pequeñas acciones cotidianas, las pequeñas historias que no se
contaban por ser pequeñas, pero que marcaron a las personas para toda su vida.
Atormentado
por la culpa, “impiadoso consigo mismo” por no haber reaccionado con valentía
ante el atropello, por haber sucumbido al miedo, el protagonista, que es músico
y escritor, se recrimina por “mentir
mientras los demás matan”, por huir de la realidad a través del teclado de su
piano o de su máquina de escribir, como si en el fondo deseara practicar un
arte políticamente comprometido. Brizuela no coincide con lo que piensa su
personaje, y en cambio, asegura estar convencido de que el arte tiene
obligación solo con el arte.
LB El arte es el último refugio en que una sociedad dialoga libremente con
ella misma. Un artista solo tiene la obligación de escuchar su yo más profundo,
y de ahí sacar algo nuevo, que después sí va a impactar socialmente.
El autor es periodista y escritor
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