viernes, 4 de enero de 2013

José Miguel Soto Jiménez: “Propongo que sigamos al Duarte revolucionario”


Historiador, político y militar. Autor de numerosos ensayos históricos. Premio Nacional Feria del Libro por su obra Los motivos del machete

Por Luis Martin Gómez

Pide excusas por la grosería y la dispara sin rodeos: “Duarte era un líder de muchachos que estaban dispuestos a sacrificarse por él, ¿tú crees que la juventud sigue a un pendejo? No, no es cierta esa imagen de pendejo ilustre que han querido darle”.

Esta defensa vehemente del Patricio la hace el historiador, político y militar José Miguel Soto Jiménez, convencido de que el estigma de cobarde que ha marcado a Duarte desde su primer exilio en 1843 es parte de una trama del sector conservador de nuestra sociedad para proyectarlo como un hombre débil y manipulable: “Lo que ese sector quiere es que seamos como el Duarte idealista, y no como el revolucionario que fue, para incubar en nosotros la resignación, la tolerancia, la conformidad, buscando que seamos mansos como ese Duarte para poder gobernarnos como lo hizo Santana.”

La duda sobre la valentía de Duarte la habría sembrado el líder de los afrancesados Tomás Bobadilla y Briones cuando, en la proclama redactada a la firma de Santana, criticó la ausencia del Patricio la noche del 27 de Febrero y regateó sus méritos militares en las batallas contra los haitianos. La campaña difamatoria habría sido continuada por el escritor y político Alejandro Angulo Guridi, quien reconocía la honradez de Duarte pero condenaba su escaso valor personal; y corroborada luego por el historiador Américo Lugo, quien señaló que al Patricio “se le aflojaron y rompieron las cuerdas de la virilidad” ante el peligro.

Soto Jiménez tiene un arsenal de argumentos para defender la gallardía del fundador de la República. “Solo hay que verlo involucrado en la revolución reformista de 1843; según su hermana Rosa Duarte, el Patricio salió de su casa con una espada, y cuando llegó a la Puerta del Conde, ya tenía un trabuco en la mano, y se lanzó a la revuelta decididamente”. A juicio de Soto Jiménez, Duarte nunca pensó que la lucha por la independencia sería pacífica; por eso se enroló en la guardia nacional haitiana, alcanzando altos grados militares; por eso su deporte favorito era la esgrima; por eso aceptó el puesto público de agrimensor, para tener la oportunidad de conocer las ciudades y los campos del país.

Otras acciones que demuestran inequívocamente el valor de Duarte son el haber encabezado un cuerpo del ejército para sumarse a las tropas de Pedro Santana en Azua; su solicitud a la Junta Central Gubernativa para incorporarse a la expedición del ejército a San Juan de la Maguana, atravesando Constanza; su protagonismo en la acción militar para expulsar a los afrancesados de la Junta Central Gubernativa; y su decisión de regresar al país, tras veinte años de exilio en Venezuela, para unirse al ejército restaurador que combatió la anexión a España.

Tanto en 1843 como en 1844, Duarte tuvo que salir del país porque contra él pesaban órdenes de destierro y muerte. “Si se lee la resolución que lo declara traidor a la patria, uno se da cuenta que ese Duarte no era el mojigato que nos han querido pintar, el espantajo histórico, sino que era, primero un obcecado con la idea de la independencia, y después, un revolucionario, palabrita que no se quiere pronunciar en el caso del Patricio”.

Alguien como nosotros

Además de su ardiente defensa de la reciedumbre de Duarte, José Miguel Soto Jiménez desea que el Patricio sea visto como un hombre de carne y hueso, cercano y con defectos, y no como la deidad inmaculada que algunos biógrafos, especialmente Joaquín Balaguer en su obra El Cristo de la libertad, han querido imponer en la mente de los dominicanos. Su estrategia se basa en que es más fácil imitar el ejemplo de alguien que se nos parece, que es como nosotros pero posee los atributos morales que ahora están de capa caída y que tenemos el deber de rescatar.

Para esto, empieza por desmitificar su físico, la faz de Duarte, tratando de establecer cómo era realmente. Los pintores Alejandro Bonilla, Rodríguez Urdaneta, Oscar Marin…, mezclaron testimonio e imaginación para crear un Duarte rubio, con ojos azules y bucles, que es el que la mayoría de los dominicanos reconoce. “Afortunadamente, hay una foto de Duarte (la de Próspero Rey, tomada en Caracas en 1873), que es una foto chismosa, porque aporta datos que desenmascaran a quienes intentan pintar a Duarte como un nórdico. Se sabe que uno de los pintores buscó como referencia a un príncipe europeo y de ahí salieron los bucles. Pero el peinado de la foto es el de un militar. Esa foto también nos dice que Duarte era hijo de español y de dominicana, blanco, con orejas grandes, pero nariz aguileña en la que asomaba el rasgo mulato”.

En su trabajo Duarte de carne y hueso, incluido en la colección de ensayos Duarte revisitado, editada por el Banco Central en 2012, Soto Jiménez nos acerca a un Duarte cotidiano que tocaba guitarra, que tuvo dos novias (con las que se comprometió pero no se casó), que escribía poemas, que aprendía con facilidad los idiomas, que era un cabeza dura que no transigía con sus ideas y principios, y que al final de su vida subsistió pobremente con la venta de velas, parecido a los millones de chiriperos dominicanos que subsisten día a día con alguna actividad económica informal.

“Duarte no puede ser una pieza inerte de museo o de veneración, sino una lección que debemos aprender desde su condición irremediablemente humana. En el bicentenario de su nacimiento, propongo que sigamos al Duarte revolucionario, ese que prefería que se hundiera la isla a que estuviera sometida a alguna potencia extranjera; el Duarte que escribe una carta a su familia para pedirle que venda sus bienes para ayudar a la causa de la independencia, pero no para favorecerse cuando triunfen, sino para seguir trabajando, amparados en el buen crédito de su padre; en fin, que imitemos al Duarte ejemplo, pero también al de carne y hueso”.

El autor es periodista y escritor


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