Por Luis Martin Gómez
Una
El vampiro
desespera ante el dilema de morirse de hambre o chuparse al sidoso,
última víctima de su reinado sangriento.
Dos
La bioanalista está desconcertada, no sabe qué tipo de
sangre ponerle al vampiro promiscuo, chupador de doncellas, estudiantes y
poetas, quien quedó anémico tras la rebelión popular.
Tres
El vampiro repartió tierras, donó casas, construyó
carreteras, levantó edificios, y nadie entiende por qué tanta bondad, si a
cambio exigió la sangre de todos los beneficiarios.
Cuatro
Habiendo masacrado al pueblo, libado a su madre y
chupado a sus hermanas, el vampiro, ante la escasez de alimento, está pensando
seriamente beberse su propia sangre, para lo cual está leyendo sobre
autotransfusión.
Cinco
El vampiro se estremece cada vez que lee en la prensa “Hubo
un baño de sangre” y ha pedido a sus generales que sean más sutiles en el
ejercicio de sus funciones.
Seis
Como a todo vampiro, le molestaba la luz del sol, de
manera que ordenó que le sacaran los ojos. Ahora es un tierno vampiro ciego que
a toda hora “chupa bien sin mirar a quien”.
Siete
El Cardenal conoce bien los gustos del vampiro y
cuando le toca comulgar moja la hostia con sangre, en lugar de vino.
Ocho
Al vampiro le gusta la parte de la misa donde el cura
dice: “tomad y bebed todos de él, porque este es el cáliz de mi sangre...” Excitado,
en lugar del abrazo de la paz, reparte mordidas.
Nueve
La peor tragedia para el vampiro fue es ser daltónico
y no poder distinguir el color rojo. La sangre de niño no le sabe igual, por
aquello de que la comida entra por los ojos.
Diez
Al vampiro le gusta el helado rojo, las banderas
rojas, los autos rojos, los vestidos rojos, los caramelos rojos, las pañoletas
rojas, el refresco rojo, y por supuesto, la sangre (roja). Los médicos no se
explican cómo es que tiene las entrañas negras.
Once
Celoso de su oficio, el vampiro ordenó eliminar a las
sanguijuelas, los jejenes y los mosquitos. La comunidad internacional está preocupada
ante la posibilidad de que el susodicho clausure la Cruz Roja.
Doce
Para que le concediera la legalidad, la oposición
aceptó que el vampiro se chupara una sola víctima por día. A las nueve, hora de
la cena del vampiro, la gente sube el volumen de la radio o reza en voz alta,
para no escuchar los gritos del sacrificado.
Luis Martin Gómez: Memoria de la sangre. Mar de tinta, Santo Domingo, 2008.
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