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miércoles, 12 de agosto de 2020

Comentario de José Mármol sobre Rumor de río

Por José Mármol

Una novela no es corta solo por su escaso número de páginas, sino más bien, por la intensidad en el ritmo del relato, por la rápida definición arquitectónica de su atmósfera, bajo un tempo narrativo sin demasiada holgura y una caracterización con personajes de rasgos descriptivos y alientos sicológicos o lingüísticos muy precisos.

No se trata de un cuento dilatado, porque la novela exige, como sugiereUmberto Eco, que se amueble por completo todo un mundo. Maestros de la narrativa de habla hispana como Rulfo, García Márquez y Fuentes, para solo citar algunos clásicos, publicaron novelas cortas que honran las raíces del género conectadas con Miguel de Cervantes.

Entre nuestros escritores, hay quienes, buscando novelas cortas, se remontan a Galván, siendo oportuno resaltarautores más contemporáneos como Bosch, Veloz Maggiolo, Pedro Peix, Diógenes Valdez, Andrés L. Mateo, Piña Contreras, Avelino Stanley, Luis R. Santos, García Romero, Osiris Madera, Miguel Phipps, Rita Indiana y Rey Andújar, entre otros radicados en el lar nativo y de las diferentes diásporas.

A raíz de esa simple pincelada anterior, que en nada pretende agotar la vastedad de la cuestión, quisiera detenerme en una novela corta cuya lectura me atrapó, aun fuere en el contexto de la nostalgia y la memoria, me hizo sentirme parte de la pandilla de adolescentes que la protagonizan y del presunto diálogo central, de profundas y hermosas evocaciones poéticas, entre el narrador omnisciente y su padre.

Se trata de “Rumor de río” (Mar de Tinta, Santo Domingo, 2016) opera prima novelística de Luis Martín Gómez, destacado periodista y escritor, quien ya había publicado varios volúmenes de cuentos, entre los que figuran “Dialecto”, con el que obtuvo el Premio Nacional de Cuento en 1999, “Vellonera de sueños” (2002), “La destrucción de la muralla china” (2003) y “Memoria de la sangre” (2008), además de relatos infantiles como “Mamá a aquella caracola le está naciendo un mar”, con el cual logró en 2004 el Premio nacional de Literatura Infantil.

Aunque desde el punto de vista de la orquestación de la trama, el centro focal de la novela se sitúa en la aventura de un grupo de adolescentes del barrio capitalino Ensanche Ozama, ubicado en la margen oriental del río, que se dan a la tarea ilusoria de encontrar unas armas enterradas en un solar durante la Guerra de Abril de 1965, lo que desemboca en el acontecimiento sociopolítico y militar de Los Palmeros, en 1972, durante los llamados Doce años de Joaquín Balaguer, y las consecuencias de la guerrilla de 1973, hechos que, junto a las vivenciascotidianas, se reconstruyen en el plano de la ficción con un acierto ambientalque se aproxima al lenguaje de un guion cinematográfico, en mi experiencia como lector el rol protagónico se lo queda el río Ozama, como telón de fondo existencial de aquel intento de diálogo, o tal vez monólogo, templado por el hilo imaginario de Ariadna, que un hijo ansía sostener con su padre afectado por el mal de Alzheimer.

El rumor de ese río, espina dorsal de nuestra historia, que solo podía percibirse en una ciudad menos ruidosa y trepidante, más ajena al desarrollo industrial y a la movilidad propios de la modernización, constituye la metáfora central y de mayor fuerza poética del lenguaje narrativo que articula la historia. Mientras va tejiendo situaciones, personajes, accidentes, precariedades, el autor, consciente del oficio, experimenta con el lenguaje, subvirtiendo la gramática, al liberarla ocasionalmente de signos de puntuación.

Críticos como José Alcántara Almánzar y Danilo Manera celebran los aciertos de esta novela corta, un himno a la nostalgia, a la inocencia y un apuntalamiento al dolor de heridas históricas todavía abiertas.


Publicado en El Día, 12/08/2020. https://eldia.com.do/rumor-de-rio/
https://notaclave.com/comentario-de-jose-marmol-sobre-la-novela-rumor-de-rio-de-luis-martin-gomez/


sábado, 22 de junio de 2019

Vejer de la Frontera, el pueblo de Juan José Duarte

Por Luis Martin Gómez


Un dominicano que visite Vejer de la Frontera se enamorará de sus casas blancas, sus callejas de piedra, su gente amable.

Pero un motivo más poderoso lo atará a este hermoso lugar de Cádiz, España: Vejer de la Frontera es el pueblo donde nació Don Juan José Duarte, el padre de nuestro libertador Juan Pablo Duarte.
Vejer de la Frontera, Cádiz, España

Hasta los años 30’s del siglo pasado, había confusión sobre el lugar de nacimiento de Don Juan José. El mismo decía que era natural de “Vergera”, Sevilla; su hija Rosa Duarte afirma en sus “Apuntes” que su padre era sevillano; y su hijo Vicente Celestino Duarte solía agregar “de Berger” a su nombre y apellido.

Ante la duda sobre el verdadero terruño de Don Juan José, el académico dominicano Emilio Tejera hizo contacto, hacia 1933, con el sacerdote español Ángel Carballeiro y de Vera, párroco de la iglesia del Divino Salvador, en Vejer de la Frontera, quien confirmó que allí se encontraba la partida de bautismo del padre de Juan Pablo, copia de la cual envió a Santo Domingo, junto a copias de las partidas de bautismo de sus padres, Manuel Duarte y Ana María Rodríguez, y sus bisabuelos, Cristóbal Duarte y Catalina Rodríguez.

Esta gestión de Tejera y de Carballeiro fue una fortuna para la historia dominicana y vejeriega, pues unos años después, el 19 de julio de 1936, a inicios de la Guerra Civil Española, la iglesia fue incendiada, perdiéndose casi todos los documentos parroquiales, incluyendo los relativos a la familia Duarte.

No obstante, hoy pueden encontrarse testamentos de los Duarte en el Archivo Municipal de Cádiz, entre ellos, el de Manuel Duarte, padre de Don Juan José y abuelo de Juan Pablo, documento del añ0 1776 en el que se asignan sus bienes, setenta cabras machos y hembras y algunos muebles, a su mujer Ana María Rodríguez, con la que llevaba casado doce años, y a sus hijos legítimos Juan Joseph, de siete años, y Cristóbal, párvulo; se reconocen deudas en trigo a un vecino de Vejer y dinero a su cuñada por el alquiler de la casa donde vivía; y se especifica que a él “no se le debe cosa alguna”.

Pueblo sobre nubes

Desde la autopista que la comunica con Cádiz capital, Vejer parece flotar sobre la montaña
que acoge sus murallas e iglesias. Algunas mañanas con neblina, da la impresión de que las casas estuvieran edificadas en las nubes.

Un camino empinado, flanqueado por bosques tupidos, nos conduce hasta un tejido de callejas, de trazado libre, tan estrecho en algunos puntos, que los frentes de las viviendas casi se tocan entre sí.

Afuera, se repiten interminablemente fachadas blancas, de pañete rústico, formando un manto que ondula con los cambios de luz. Si atravesamos una puerta hacia el interior de cualquier vivienda, todo cambia. Encontramos patios frescos con fuentes de agua, rincones con arabescos multicolores y flores que estallan en jardines, escaleras y balcones.

Si miramos a lo lejos, veremos viejos molinos de viento que una vez sirvieron para moler trigo, y modernos molinos para producir energía eólica, símbolos del pasado y el presente de este pueblo al que se le considera, con toda justicia, uno de los más hermosos de Cádiz.

 Hazas de Suerte y el Cobijado

Juan Relinque, héroe popular de Vejer
Vejer tiene un héroe popular, Juan Relinque, quien encabezó la lucha de los campesinos para que el ducado de Medina Sidonia reiniciara la práctica de ceder terrenos para ser sorteados entre los lugareños.

Este sistema había sido iniciado por los reyes castellanos como atractivo para repoblar con españoles los pueblos en manos musulmanas reconquistados por Alfonso X en el siglo XIII.

Casi ocho siglos después, con modificaciones hechas en distintas transacciones, decretos y reglamentos, estas hazas o porciones de tierra siguen siendo sorteadas cada cuatro años entre los vejeriegos, constituyendo un modo de manejo comunal de la tierra único en el mundo, por lo que ha sido sometido por las autoridades de Vejer a la UNESCO como patrimonio inmaterial de la humanidad.
Otro elemento distintivo de la identidad de Vejer es el vestido tradicional femenino conocido como Cobijado, traje de manto y saya que cubre completamente el cuerpo y la cabeza de la mujer.

Estatua La Cobijada, parte de la identidad de Vejer
Aunque a primera vista pueda asociarse con la burka o el niqap mulsumán, historiadores afirman que se trata de una influencia castellana de los siglos XVI y XVII. En la actualidad, no se usa el Cobijado, el cual ha devenido en traje típico que solo se exhibe en fiestas populares.

Hermanamiento con Santo Domingo

En 2009, se produjo un hecho trascendental para el acercamiento entre República Dominicana, país creado por Juan Pablo Duarte, y Vejer de la Frontera, pueblo donde nació el padre del libertador dominicano, Don Juan José Duarte: el hermanamiento de ese municipio gaditano con el municipio dominicano de Moca, fruto de la gestión realizada por el ex ministro de cultura de República Dominicana, José Rafael Lantigua.

Busto de Juan Pablo Duarte en Vejer de la Frontera
El hermanamiento incluyó la firma de un acuerdo de colaboración técnica y cultural y la colocación de un busto de Juan Pablo Duarte en la avenida Andalucía, frente al barrio República Dominicana, en Vejer.
Este hermanamiento con Moca es celebrado por los vejeriegos, pero el alcalde de Vejer, José Ortiz, e historiadores y cronistas como Antonio Muñoz, Juan Jesús Castillo Duarte, Juan Begines, Francisco López y Carlos Gómez, algunos de ellos descendientes de los Duarte, ven con simpatía un hermanamiento con Santo Domingo, por ser este el municipio donde Don Juan José Duarte vivió e hizo labor comercial y patriótica.

Un hermanamiento Vejer-Santo Domingo sería un justo reconocimiento a un vejeriego honesto y emprendedor como Juan José Duarte y a sus aportes invaluables a la independencia dominicana, por la cual ofrendó desinteresadamente parte de su patrimonio y por la que sufrió la vejación y expulsión a perpetuidad de su valiente familia, especialmente de su excelso hijo, Juan Pablo Duarte.

Fotografias:
1. Vejer de la Frontera, el pueblo donde nació Juan José Duarte
2.Juan Relinque, héroe popular de Vejer
3. Estatua La Cobijada, parte de la identidad de Vejer
4. Busto de Juan Pablo Duarte en Vejer de la Frontera


miércoles, 12 de octubre de 2016

El Rumor de río de Luis Martín Gómez

Por Fernando Casanova 

El uso de la primera persona, cuando se narra una historia en una novela o cuento, nos lleva irremediablemente a Marcel Proust. Específicamente a aquel momento en el que el protagonista moja un bizcochito en su té, con ello Proust recurre a la magia de un tiempo lento y moroso para traernos el olor y el sabor de un pasado recreado en líneas de escritura. “Recuerdas, padre, el canto de las aguas al amanecer?” Es la frase mágica que utiliza Luis Martín Gómez para llevarnos directamente al pasado cercano. El ensanche Ozama con su río homónimo como escenario en la que un trío de carajitos, Felo, Chago e Ito, le dan vida a los recuerdos y a la historia de un barrio que fue ensueño para ellos y que ya no lo es más, salvo en la memoria de éste “Rumor de río” de Luis Martín Gómez.

“En el ensanche Ozama, barrio de Santo Domingo, localizado a orillas del río Ozama, un grupo de niños inicia la búsqueda de unas armas enterradas durante la Revolución de Abril de 1965, incidiendo, sin proponérselo en el desenlace fatal de una célula guerrillera que luchaba contra el gobierno de los Doce Años…”. Así se describe la trama en la contraportada de la novela corta o cuento largo titulado “Rumor de Río” que acaba de publicar el escritor dominicano Luis Martín Gómez. Los temas de la literatura dominicana han sido más bien rurales, por ser la República Dominicana del pasado reciente muy rural. La caña y los braceros con Over, de Marrero Aristy, o la vida campesina y las revueltas civiles dominicanas del siglo XIX con La Mañosa de Juan Bosch, han sido las cimas de una narrativa muy costumbrista de estilo decimonónico, y escritores formados en la tradición costumbrista del criollismo latinoamericano.

En éstos tiempos, con una visión distinta de lo latinoamericano y sin tanta vida rural, ha sido en los barrios donde se han formado la mayoría de los escritores contemporáneos de nuestro país. Con Marcio Veloz Maggiolo, Andrés L. Mateo y ahora con Luis Martín Gómez entramos a los callejones y patios de nuestros barrios. Villa Francisca y ahora el ensanche Ozama, de los últimos años del siglo pasado reviven en las páginas de estos escritores. Un rumor de río o de callejón están dándole forma a la memoria nostálgica de quienes hoy tienen entre 50 y 70 años. Las naciones necesitan de la nostalgia igual que los individuos. Con ella, la nostalgia, es con la que se puede limar lo desagradable y que aflore lo que una vez fue presente y que ahora quiere permanecer para siempre en nuestro futuro.



Fuente: http://www.elcaribe.com.do/2016/10/12/rumor-rio-luis-martin-gomez

(Rumor de río está disponible en Amazon.com y en el Museo Memorial de la Resistencia Dominicana).

sábado, 29 de noviembre de 2014

Noticias del vampiro

Por Luis Martin Gómez


Una
El vampiro  desespera ante el dilema de morirse de hambre o chuparse al sidoso, última víctima de su reinado sangriento.

Dos
La bioanalista está desconcertada, no sabe qué tipo de sangre ponerle al vampiro promiscuo, chupador de doncellas, estudiantes y poetas, quien quedó anémico tras la rebelión popular.

Tres
El vampiro repartió tierras, donó casas, construyó carreteras, levantó edificios, y nadie entiende por qué tanta bondad, si a cambio exigió la sangre de todos los beneficiarios.

Cuatro
Habiendo masacrado al pueblo, libado a su madre y chupado a sus hermanas, el vampiro, ante la escasez de alimento, está pensando seriamente beberse su propia sangre, para lo cual está leyendo sobre autotransfusión.

Cinco
El vampiro se estremece cada vez que lee en la prensa “Hubo un baño de sangre” y ha pedido a sus generales que sean más sutiles en el ejercicio de sus funciones.

Seis
Como a todo vampiro, le molestaba la luz del sol, de manera que ordenó que le sacaran los ojos. Ahora es un tierno vampiro ciego que a toda hora “chupa bien sin mirar a quien”.

Siete
El Cardenal conoce bien los gustos del vampiro y cuando le toca comulgar moja la hostia con sangre, en lugar de vino.

Ocho
Al vampiro le gusta la parte de la misa donde el cura dice: “tomad y bebed todos de él, porque este es el cáliz de mi sangre...” Excitado, en lugar del abrazo de la paz, reparte mordidas.

Nueve
La peor tragedia para el vampiro fue es ser daltónico y no poder distinguir el color rojo. La sangre de niño no le sabe igual, por aquello de que la comida entra por los ojos.

Diez
Al vampiro le gusta el helado rojo, las banderas rojas, los autos rojos, los vestidos rojos, los caramelos rojos, las pañoletas rojas, el refresco rojo, y por supuesto, la sangre (roja). Los médicos no se explican cómo es que tiene las entrañas negras.

Once
Celoso de su oficio, el vampiro ordenó eliminar a las sanguijuelas, los jejenes y los mosquitos. La comunidad internacional está preocupada ante la posibilidad de que el susodicho clausure la Cruz Roja.

Doce
Para que le concediera la legalidad, la oposición aceptó que el vampiro se chupara una sola víctima por día. A las nueve, hora de la cena del vampiro, la gente sube el volumen de la radio o reza en voz alta, para no escuchar los gritos del sacrificado.


Luis Martin Gómez: Memoria de la sangre. Mar de tinta, Santo Domingo, 2008.

domingo, 14 de septiembre de 2014

Salvando a Mami

Por José Rafael Sosa *



Luis Martín Gómez es un escritor de esos que se han hecho una obra respetable y a ser juzgada por la posteridad literaria, cuando la critica serena de los años pasados, haga su balance.

Su obra se ha realizado sacando ratitos de calidad intensa a las productivas madrugadas y el sacrificio de los avatares que ofrece la vida nocturna, ya que las horas del día laboral no le pertenecen por su trabajo, capaces de lograr que sentimos la nostalgia y la ternura de sus historias, paridas de una pluma creativa, marcada por una hermosa corrección en sus figuras literarias y llevando, de paso, un mensaje de reencuentro con los valores de la belleza y la solidaridad con los seres vivos del planeta.

Acabo de leer su narración Mami: Operación Elefante (basado en la figura de Mami, la elefanta que fue la última especie en ser trasladada del zoológico de la Avenida Bolívar a la nueva sede del Zoo Nacional), elaborando una historia aleccionadora, sobre todo para el público infantil y juvenil a que se dirige.

La aventura de estos niños por salvar a Mami, la elefanta, que él ubica en condiciones de peligro para su calidad de vida y su existencia. Abandonada en una jaula pequeña, Mami deja de comer y cae en una depresión peligrosa.

Un grupo de niños, enterados de la emergencia, deciden por votación, salvarla, enfrentando las dificultades de una tarea de esa envergadura.

Puesta en este marco, la trama al parecer muy local, universaliza una perspectiva de valores de solidaridad y amor por las especies y el ambiente, que deja una aleccionadora fantasía que enternece y ofrece una moraleja, esa que resalta la validez del amor por la vida.

Luis Martín Gómez, experto sobre todo en las narraciones breves, esta vez se explaya en una historia más larga y probablemente la mejor ilustrada de las que ha producido hasta el momento.

*Publicado en Semana, de El Nacional, 14 de septiembre de 2014.
http://elnacional.com.do/como-cada-domingo-jose-rafael-sosa-25/

domingo, 30 de marzo de 2014

Tulio Cordero, hondero sideral

Por Luis Martin Gómez

Toda iba bien, o al menos eso creíamos. El mundo era mágico, misterioso; los galeones se caían por el horizonte, monstruos invencibles habitaban el océano, un eclipse podía disiparse con el grito de la tribu temerosa que lo observaba, el Sol y todo lo demás giraba en torno a una Tierra violenta, caprichosa, apenas habitada por un puñado de humanos que aprendieron a enterrar sus muertos y que sacrificaban a sus congéneres para complacer a dioses furibundos.

Era, entonces, la incertidumbre, grande, profunda, que complicaba la cotidianidad y producía un escozor intenso en ese ser atormentado que miraba absorto la noche. Los ritos ayudaron a suavizar el miedo, los mitos contribuyeron a represar la imaginación. No había aún criterio para calificar lo insólito; el mundo había surgido en una cueva y eso era suficiente, nadie ponía en duda que el hombre fue primero un muñeco de barro.

Luego, las religiones cambiaron un miedo por otro. Huimos de la sensación de la nada sólo para caer en el temor al castigo. Dioses protectores pero vengativos contuvieron el desenfreno pero apocaron la inventiva y el atrevimiento. La transacción arrojó siglos de tranquilidad pero también atrasos profundos como abismos. (Sumergirse en lo insondable no tiene mérito si es fruto de la ignorancia deliberada).

Pasaron siglos y siglos de deidades repetidas, plagiarias de nombres y poderes; de diluvios reiterados, de huidas libertarias, de cristos parecidos al que adoramos, nacidos de virgen y resucitados; fue largo, muy largo el tiempo necesario para domesticar el pensamiento, para condicionar los sentimientos, desde la mujer y el toro hasta el primer báculo vaticano; y fue brutal, terriblemente violento, el modo en que fue sofocada la primera rebelión de las ideas, el desencuentro entre el mito cuestionado y la razón que reclamaba espacio.

Y pasó el tiempo, lento, porque contrario a nosotros, el tiempo no tiene prisa. El esquema del mito se mantuvo inalterable hasta que en el siglo XVII Thomas Willis ubicó al alma en un sitio insospechado: el cerebro[1]. Todo es neuronas y reacción química, dijo Willis, y empezó la duda, o mejor dicho, sacó nuevamente la cabeza tantas veces golpeada por el canon. De hecho, lo estaba intentando desde hacía varios siglos. El nuevo hogar asignado por Willis a un ente hasta ese momento intemporal y omnipresente estuvo precedido por los viajes de descubrimiento y conquista que permitieron encontrar los límites de un mundo que se asumía infinito y brumoso;  por los descubrimientos estelares de Copérnico y Galileo que abrieron una ventana al espacio tenido como morada de ángeles; y por las propuestas de Descartes que estremecieron la escolástica y agrietaron las compuertas de lo sobrenatural.

Había nacido una nueva realidad, basada más en la razón que en la intuición, más en el método que en el azar, circunstancia que sin embargo no logró sepultar el misterio, que es, fue y será invencible. La paradoja se aprecia mejor en el arte: a mayor avance científico, mayor la reacción contestataria de la literatura (que caminó de la construcción lineal al monólogo interior y los planos paralelos), de las artes plásticas (que variaron de lo figurativo a la representación segmentada del romanticismo y después a la deconstrucción cubista), y de la música (que migró de la perfección matemática tan apropiada para ese portento arquitectónico que fueron las catedrales al caos armónico contemporáneo que a veces parece imitar el ruido que necesitamos para aturdirnos por tanta vaciedad).

Una anécdota confirma esta tozudez de lo maravilloso: en su paso frente al continente, durante uno de sus regresos a España, el Almirante, que acababa de inaugurar una nueva era en base al cálculo, la geografía, la astronomía y la historia, creyó que el Orinoco era uno de los ríos del Paraíso, ese lugar idílico que, según Santo Tomás, los topógrafos medievales no podían encontrar porque estaba convenientemente escondido entre montañas[2].

La poesía mística parece sobrevivir a esos avatares. Siendo el misterio, como hemos dicho, indestructible, permanecerá el cuestionamiento sobre el origen, el diálogo con lo inmutable, el testimonio del asombro. Puede ser salvaje, fruto de la intuición y la ignorancia,  o iluminado, apoyado en la hondura espiritual; puede ser consecuencia del éxtasis o fruto de un estado esquizofrénico; la esencia, no obstante, parece invariable, como si la pregunta fuera incontestable, o la respuesta nunca lograra satisfacer al demandante; como si el testimonio siempre estuviera por debajo de la capacidad para expresarlo, o faltaran las palabras adecuadas para describirlo.

Tulio Cordero está consciente de esas limitaciones. ¿Cómo describir el Absoluto si apenas contamos con unas partes? Es difícil llegar a destino si al mapa le faltan pedazos. Pudiera ser por azar, cierto, pero entonces la casualidad generará nuevas preguntas. La incertidumbre parece ser la sustancia nutricia de la mística. Con esa materia prima, Cordero levanta su edificio poético, que Bruno Rosario Candelier [3] considera fundamentalmente theopático, lo que se asume de primera intención por la condición de sacerdote del autor, y se confirma con la lectura de muchos de sus poemas, en los que el Creador no se menciona pero se insinúa con mayúscula o con referentes bíblicos.

Sin embargo, Cordero, que es filósofo y admirador evidente del pensamiento oriental, se permite otras miradas en las que se manifiesta una fuga del universo cristiano hacia formas diferentes de sentir e interpelar al Ser. Esta admiración también es palpable en la parte formal, caracterizada por el símil sencillo, la paradoja que contrapone conceptos que luego confluyen en una resolución moralizante o puramente  estética, la metáfora apenas trabajada, intencionalmente, como para que se note el trazo en el lienzo o el golpe en la madera, mostrando la belleza del proceso de trabajo, a la manera budista o hinduista.

Aparte estas fronteras ideológicas y formales, necesarias para poder ubicarla en un género, la poesía de Tulio Cordero rompe los moldes y se derrama a cualquier lado gracias principalmente a su gran calidad, el mejor criterio para evaluar una obra literaria. El extrañamiento, naturalmente, lo ayuda, pero esa facultad de despegarse de la realidad, esa fuga momentánea para explorar las cosas con sentidos inéditos, no debe ser la principal tabla de medida  para evaluar esta poesía, porque no es un don privilegiado de los poetas místicos. (Recordemos el caso del esquimal caribú referido por Joseph Campbell en su obra Los mitos, que luego de un tiempo en soledad y ayuno, sintió a Sila, un espíritu bueno con forma de mujer, que le aconsejó “no tener miedo al universo”).

Para hacer poesía mística de calidad es obvio que hay que ser, ante todo, buen poeta, requisito que Cordero ha sobre cumplido en sus cinco poemarios, con una  altura literaria que puede ser disfrutada por cualquier lector, tanto por el que organiza su vida alrededor de la Fe, como por aquel que sólo busca complacerse con el hecho estético a través de la palabra.

De todas formas, Tulio Cordero, como todos los poetas místicos, es una rareza. Lo habría sido en el siglo XVI cuando Magallanes achicó el ámbito del misterio, y lo es ahora en el siglo XXI, cuando la ciencia y la tecnología nos acercan al primer polvo estelar. Porque, ¿no es entrañablemente el mismo hombre aquel que a la vera de la caverna observaba sin entender el cielo constelado y éste que trata de llegar al confín del universo mirando por el visor del telescopio de Atacama, curiosamente bautizado ALMA?).

Este es el tiempo de las repeticiones, de la copia. Todo es vertiginoso, inconstante. Aquella vez, el espíritu no podía viajar libremente o tenía un trayecto predeterminado. Ahora, sencillamente, no tiene camino; no viaja, se transmuta; no avanza, se dispersa. En esta cosa informe que luego entenderemos, Tulio se aparta en un recodo para ver las cosas con otros ojos, para escucharlas con otros oídos, para sentirlas con otra piel, saborearlas con otra lengua. No pesca por no usar anzuelo, un artilugio que le resta emoción a la espera. Tampoco dispara con un arma, la mira ajustable echa a perder el azar del disparo. Prefiere una honda, cuyo efecto es impreciso: puede golpear al gigante en la frente o simplemente rozarle y caer, como cae la piedra de una pedrada fallida, deleite del intento y la derrota.

Hondero sideral, Tulio Cordero hondea hacia un sitio que no podemos definir; pudiera ser al inmutable o bien al pedazo de cielo con las primeras ondas del Big Bang, es decir, a un halo sobrenatural o a un puñado de protones. Pero también es posible que nos hable de aquello que sintió ese hombre desnudo y tembloroso que buscaba explicación a la aurora y al crepúsculo; de aquel miedo, aquella maravilla, aquel asombro, aquella incertidumbre que no cesa, que no cesará.




[1] Eduardo Punset: El alma está en el cerebro, Punto de lectura, Madrid, 2007.
[2] Joseph Campbell: Los mitos, Kairos, Barcelona, cuarta edición, 2001
[3] Bruno Rosario Candelier: El vínculo entrañable, Secretaria de Estado de Cultura, Santo Domingo, 2008

domingo, 23 de marzo de 2014

El preaviso y otros relatos, o un paseíto nostálgico por la infancia

Por Luis Martin Gómez


“El niño es el padre del hombre”, dice Julio Cortázar en su texto De una infancia medrosa, en el que explora la influencia de sus vivencias infantiles en su literatura, caracterizada, como se sabe, por la irrupción inesperada de lo fantástico en lo cotidiano. Creo que un niño similar a ese asustado y maravillado de Banfield, Buenos Aires, que luego parió al padre de Bestiario y Rayuela, sería el responsable en buena medida de El preaviso y otros relatos, de Eddy Serrata.

Esta colección es, según lo que pude ver, un paseo muy bien contado por las experiencias de un niño, que puede ser cualquiera de nosotros, en un barrio parecido a aquel en que vivimos.
Yo, por lo menos, me vi en el ensanche Ozama donde nací y crecí. La semejanza de lugares, personajes y aventuras es tal entre lo que relata Serrata y mi infancia, que por momentos pensé que Eddy estaba en mi pandilla o yo en la suya, o que él me espiaba con artilugios especiales capaces de registrar no sólo la acción física sino también las emociones.

Porque yo también fui el jugador de fama peregrina que tuvo la chepa de darle a la pelota  con los ojos cerrados en un play improvisado en un patio de la calle 11; yo también tuve mis sueños eróticos con una mujer mayor que yo como Enérsida, fui acosado por mis hermanos por mis torpes escarceos sexuales, o padecí la congoja del adolescente abandonado por la novia imaginaria, esa que nunca supo que la amabas apasionadamente en la soledad de la habitación o del baño; yo también me volví loco con la americanita que usaba tenis Converse y hablaba español machacado que trastornó las vacaciones de verano de los muchachos del barrio.

Pienso que con este libro de relatos, Eddy Serrata rescata la experiencia vital que daba sentido pleno al universo barrial y que ha sido sustituida, en la casi generalidad de los casos, por esa segunda vida virtual que impulsan los medios electrónicos de comunicación y particularmente las redes sociales. Estamos viviendo el fenómeno, somos testigos o protagonistas: antes, la solidaridad se manifestaba concretamente con la ayuda directa al prójimo que estaba en la casa de al lado, en la calle, en el club, en la iglesia; hoy, la ayuda se proporciona pulsando el botón “me gusta” o escribiendo un mensaje que la propiedad viral de los nuevos medios convertirá potencialmente en un acto colectivo. Lo táctil que nos acercaba con el abrazo o el apretón de manos va siendo sustituido por el texto, la foto o el video despachado desde la individualidad, a veces egoísta e indolente, de la tableta o del teléfono inteligente.

No sé si lo que está aconteciendo es bueno o malo, si conviene o no, pero el hecho es que la vida de relaciones está dejando de ser como la recuerda Serrata en sus entrañables relatos, y ese regreso al territorio de una infancia alimentada por otros valores y signada por lo presencial, es para mí la principal riqueza de estos textos que destacan, además, por la economía de recursos, a la manera de Hemingway, y por la sobriedad, a la manera de Borges. Con las palabras precisas, evitando innecesarias piruetas lingüísticas, el autor nos permite echar una mirada retrospectiva a ese Santo Domingo pre-urbano  en el que la ruralidad aún se imponía con sus creencias, mitos y miedos; con su fraternidad, su ingenuidad y su sentido del honor.

No sé si les pasará a ustedes, pero a mí, cincuentón que de niño se bañó en aguaceros, echó carreras de palitos de helado en el agua que corría en los contenes, voló chichiguas y “navajeó” las ajenas para que se fueran en banda, majó almendras e hizo dulces con las semillas que los amigos no llegaron a comerse a hurtadillas; a mí, confieso, me llegan al alma historias tragicómicas como El beso de la sirvienta, o de denuncia social como La muerte de Caíto, o dolorosas como El preaviso. Es un mundo perdido que Serrata me ha permitido recuperar por un momento, pero sólo por un momento, porque sé, como el narrador de Desandando que vuelve al terruño para sepultar a su madre, que “mi barrio ha muerto” y que allí soy un extraño que simplemente se ha marchado.

Una ventaja adicional de este libro es que se lee “de una sentada” (de “una cagada” diría el Che que se leyó El principito durante una deposición en su pensión en México), o en hora y media, o en 125 kilómetros, que es la distancia entre Santo Domingo y La Vega durante la cual leí El preaviso y otros relatos. Viajaba, junto con varios compañeros de trabajo, a cumplir una misión oficial en Santiago. El minibús en que íbamos se convirtió en una máquina del tiempo. Mientras mis amigos jugaban Candy Crush en sus tabletas y navegaban por internet en sus teléfonos móviles buscando paisajes que palidecen ante la belleza de los bosques y ríos de Bonao que penetraban vertiginosos por las ventanillas del vehículo, yo regresaba al pasado a través de los relatos de Serrata, comprobando, como dice Cortázar (con quien comencé y con quien termino) que “un buen recuerdo vale más que la realidad”.


sábado, 17 de agosto de 2013

Carlos Roberto Gómez: “Olvidé que soy esencialmente poeta”

Poeta, editor de Isla Negra, autor de Mapa al corazón del hombre



Por Luis Martin Gómez

Carlos Roberto Gómez echó la infancia entre Rio Piedras, Puerto Rico, y El Seibo, República Dominicana. “Allá era el dominicanito y aquí el boricua”. Nació en República Dominicana y a los cinco años de edad su familia lo llevó a vivir a Puerto Rico, donde su madre, abogada, cursaría una maestría en sociología con una beca concedida por la Organización de Estados Americanos OEA. “Dos meses al año, durante el verano escolar, volvía al Seibo a montear, bañarme en el rio, cazar con tirapiedras”.

La dualidad dominico-puertorriqueña lo confundió por un tiempo hasta que en la adolescencia logró conciliarla a través del concepto de lo antillano, ese que han ido alimentado miles de personas de las islas y que potenciaron personajes ilustres como José Martí, Eugenio María de Hostos y Juan Bosch. Ahora, Carlos Roberto se toma en serio este amplio ámbito que incluye islas, un mar y canales que a veces nos unen y otras nos separan, y cierra muchos de los libros que edita con un colofón que contiene el archipiélago: “Este libro se diseñó en San Juan, Puerto Rico; se corrigió en La Habana, Cuba; y se imprimió en Santo Domingo, República Dominicana”. Isla Negra, su editorial con más de veinte años y contando, tiene vocación antillana y busca tender puentes de cultura entre las islas.

LMG ¿No peligra la editorial con la tendencia creciente de las autoediciones?

CRG Es que Isla Negra es hija de las autoediciones, nació con mi primer libro, que edité yo mismo, al igual que hizo la mayoría de los escritores de mi generación. Por eso reconozco el valor de la auto-publicación, pero también estoy consciente de que para un autor es más conveniente delegar todo el trabajo de editar, publicar y distribuir un libro, a un editor profesional, porque no le va igual a un libro solo, huérfano, que a otro que tiene cuarenta o cincuenta hermanos atrás empujándolo.

A pesar de ser, como el mismo se define, un “editor medieval”, Carlos Roberto confiesa su fascinación por el libro digital, en cuanto elimina muchos de los problemas que debe sufrir el editor tradicional, tales como el formato, la calidad de papel, la calibración de los colores, la distribución y venta de los ejemplares. “En el mundo digital no existen los errores, o casi no existen, porque cualquier defecto se puede corregir prácticamente de inmediato, una tonalidad, una palabra… No hay que bregar ni con distribuidor ni con el impresor, lo que tú subes en pdf es lo que se va a leer. Entonces, la edición digital nos quita la mayoría de los dolores de cabeza propios del mundo de papel, pero también nos quita el olor del libro, de la tinta, la magia de la textura del papel, la perfección del corte, la belleza de la cubierta”.

“Una de las cosas que me motivó a fundar Editorial Isla Negra fue lo poco que se conoce la literatura puertorriqueña aquí y la dominicana allá. Lamentablemente, creo que se conoce menos la dominicana allá”.

Como editor ducho, está seguro que ni esta generación ni la siguiente verán la muerte del libro en papel y apuesta a una coexistencia de los dos formatos, el tradicional y el digital.  “Todavía el libro digital tiene una dificultad: la seguridad; es muy complicada y costosa, no es lo mismo asumir el costo de  seguridad para unos pocos libros de un editor independiente  que dividir ese costo entre cien mil libros, a la manera de Amazon o de otra cualquier otra distribuidora multinacional”.

Un largo silencio

Tanto se metió Carlos Roberto Gómez en su editorial Isla Negra, tanto empeño le puso para que fuera, como en efecto es, una de las mejores editoriales del Caribe, que se olvidó de su propia obra. Escribió cuatro poemarios y ganó un premio nacional de poesía en Puerto Rico, y luego, se quedó mudo.

CRG Hice un ejercicio que yo mismo he bautizado como “la posposición del ego”, pero parece que eché el ego demasiado hacia atrás, o como a “la loca del ático”, la mandé para arriba y se quedo allí por casi 20 años. En todo ese tiempo no escribí nada, ni un poema; me dediqué tanto a diseñar, corregir, ilustrar, distribuir, ir a ferias del libro…, que se me olvidó que yo era esencialmente un poeta.

“En República Dominicana, más que impresores, que los hay excelentes, necesitamos editores profesionales, en el mejor sentido de esta profesión”.

Tras veinte años de silencio, Carlos Roberto habla de nuevo con Mapa al corazón del hombre, un poemario que es a un tiempo erotismo, religiosidad, metafísica, diario personal y crónica de viaje.

CRG El libro es un mapa pero no para llegar a un lugar específico, a un lugar físico, sino a un concepto. Todas las culturas nos hemos planteado dónde está el corazón, si a la derecha, a la izquierda, si en el estómago o entre las piernas. Yo soy un poeta lírico, pero no en el sentido tradicional, sino en uno que piensa que la emoción amatoria es la suma de todas las emociones. Por eso está la experiencia religiosa, metafísica, familiar, la del viaje, de los gustos, las lecturas, la música, las películas… Hay un poema que es un homenaje a Cinema Paradiso, otro que se refiere a mi niñez en el Seibo y en Puerto Rico; pero el libro tiene unos pequeños artefactos que coloqué estratégicamente para despertar varias emociones.

Carlos Roberto se refiere a las dos cubiertas del libro, a los colores de la tipografía, y sobre todo, a un elemento que quizás sea una novedad en el mundo editorial: un glosario de afectos. “No me gustan las dedicatorias porque dificultan la lectura, pero resulta que cuando terminé el libro tenía como 15 dedicatorias, a mujeres, amigos, a mi madre, mi hija… Entonces decidí sacarlas de los poemas y hacer un glosario aparte, para no amarrar el poema a lo autobiográfico, para que el lector pudiera disfrutar del poema sin referencias ajenas al texto”.

LMG Editor y poeta, ¿quién crees que ganará la batalla?

CRG Me he hecho muchas veces esa pregunta y voy a complicarla un poco más: poeta, editor o profesor universitario, que es otra pasión que también me arropa. Ahora, si tú me pidieras que seleccionara una de las tres, yo te diría que prefiero que me recuerden como poeta. Es lo que quiero ser y creo que he logrado que el editor y el profesor universitario sean un poco más poetas.

El autor es periodista y escritor
Video de la entrevista en www.youtube.com/yolayelou

sábado, 8 de junio de 2013

Renato Rímoli: “Se necesita mucha educación ambiental”

Biólogo, investigador, autor del Diccionario de términos ambientales


Por Luis Martin Gómez

El Diccionario de términos ambientales es la primera y hasta ahora única obra de su género en República Dominicana. Su autor es Renato Rímoli, biólogo e investigador, con especialidad en Programas de Biología Evolucionaria y Sistemática y Antropología en Smithsonian Institution, Estados Unidos.

RR Aunque hay un interés creciente por la conservación del medio ambiente, notamos que falta conceptualización en esta materia. Mucha gente usa términos que no sabe lo que realmente significan y por eso cometen muchos errores. El propósito de este diccionario, que no es ecológico, sino más amplio, de términos ambientales, es elevar el nivel de conocimiento de las personas que se dedican al medio ambiente, como consultores ambientales, profesores de ciencias naturales, periodistas y ambientalistas.

Rímoli, único paleontólogo de vertebrados en República Dominicana, es reconocido nacional e internacionalmente por haber descubierto nuevas especies para la ciencia, como el Calliasmata rímoli, un camarón ciego.

RR Ese descubrimiento lo hice en el año 1972, durante unos trabajos arqueológicos que realizábamos en Estero Hondo, Puerto Plata. En una cueva que se conoce como Cueva encantada, encontramos un camarón rosado dentro del agua. Lo colectamos, lo llevamos a Washington, y un famoso especialista (ya fallecido) nos dijo que se trataba de una especie nueva para la ciencia. En mi honor, lo bautizó con mi apellido.

Rímoli descubrió también una nueva especie de mono, el Antillothrix bernensis, cuyo hallazgo se produjo en la Cueva de Berna, en Boca de Yuma, Provincia La Altagracia, a mediados de la década de los 70. Igualmente, es suyo el descubrimiento del Plagiodontia veloci, cuya nombre honra al escritor y arqueólogo Marcio Veloz Maggiolo.

LMG ¿Qué especie es esa (no don Marcio, el Plagiodontia)?

RR Es un espécimen (¿jutía?) que yo encontré trabajando con las colecciones dominicanas de Smithsonian Institution. Llevaban muchos años depositadas allí pero no habían sido clasificadas porque la persona que las colectó no trabajó en el campo. Yo identifiqué esa especie y la dediqué a don Marcio, que fue y sigue siendo mi maestro.

De parques, mineras y carreteras

Renato Rímoli ya lo ha dicho: el tema del medio ambiente gana terreno en nuestro país. Los debates recientes sobre la actividad minera, la violación a áreas protegidas y la construcción de una carretera que atravesaría la Cordillera Central, son ejemplos de esta preocupación por el uso adecuado de los recursos naturales. Por ser una autoridad en la materia, le preguntamos sobre algunos temas ambientales de actualidad:

Sobre la actividad minera: “el problema no es la explotación en sí sino el seguimiento, el monitoreo, especialmente en la fase final de explotación de la mina, que es la fase de abandono”.

Sobre Bahía de las Aguilas: “no entiendo cómo después de una declaratoria de área protegida, que congela toda actividad en torno a un parque, todavía se hable de expedir títulos a personas privadas”.

Sobre el conuqueo y la industria: “El mayor daño lo provoca la industria, porque el campesino conuquero tiene actividades muy limitadas; en cambio, muchas actividades industriales, turísticas, se les van de la mano a las autoridades, pues contaminan y no les aplican sanciones, no se les da seguimiento, lo que constituye uno de los mayores problemas que tiene el ministerio de Medio Ambiente, el monitoreo al proceso de desarrollo de los proyectos que autoriza”.

Sobre la carretera Cibao-Sur: “Es muy difícil hablar de impacto ambiental sin estudios de campo, pero se puede decir que la carretera provocará impactos terribles, por el túnel de 16 kilómetros que se ha proyectado construir, por ejemplo. La idea es buena desde el punto de vista económico pero no desde el punto de vista ambiental. Pienso que lo mejor sería rehabilitar las carreteras ya existentes, es más barato y produciría menos daño”.

Sobre el río Ozama: “Ese rio es una cloaca; yo lo conocí cuando todavía tenía manglares, llegué a navegarlo en bote; hoy ha perdido el 90 % de su flora y fauna, la gente que vive en sus orillas, por las deficiencias en la recogida de basura, echa los desperdicios al agua. Rescatarlo representa una inversión muy alta, pero si se quiere desarrollar el turismo en la capital, con el proyecto de San Souci y la Ciudad Colonial, hay que intervenir el Ozama urgentemente”.

Su paso por el Museo del Hombre Dominicano, el Museo Nacional de Historia Natural, la Academia de Ciencias, el ministerio de Medio Ambiente y varias universidades nacionales, acreditan suficientemente a Renato Rímoli para aconsejar algunas acciones:

RR No se puede negar que hemos avanzado; por ejemplo, se creó el ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales, y eso es un gran paso. Sin embargo, falta encargar las tareas ambientales a profesionales del área, dar más recursos al ministerio, fortalecer las inspectorías y el monitoreo, y sobre todo, ofrecer mucha, mucha educación ambiental.

El autor es periodista y escritor